Santiago Villarreal Cuéllar
La democracia nos brinda la
oportunidad de participar mediante el voto soberano para decidir sobre temas de
gran trascendencia nacional. Colombia es el país que menos ha hecho uso de
estos mecanismos, y solo en casos excepcionales ha consultado al pueblo para
cambiar el rumbo de la historia. En 1957 lo hizo para entronizar el frente
nacional, cuyo modelo fue nefasto para la incipiente democracia y la atrasó por
décadas. En 1990 se implantó la séptima papeleta, y el pueblo se pronunció a
favor de convocar una asamblea constituyente. Los resultados no fueron los
mejores, pero algo positivo se logró de este experimento democrático.
La Corte Constitucional
falló a favor de convocar un plebiscito para refrendar los acuerdos de la
Habana entre el gobierno y las farc. La parafernalia del gobierno y de algunos
sectores políticos de hacer creer al país que este proceso nos llevará a la
paz, es una quimera que muchos la vemos todavía lejana. Sin embargo, constituye
un gran avance en la medida que el grupo guerrillero más grande del país y el
más antiguo, se desmovilizará, entregará armas y se reintegrará a la sociedad
civil y participará en procesos electorales.
Corresponde al pueblo
pronunciarse en favor o en contra de este proceso que está bastante avanzado y
existe la voluntad de las partes de ponerle fin. Son muchas las voces que
consideran que se debe negar esta posibilidad y existe una gran franja que cree
que deben aprobarse estos acuerdos.
Lo importante es que el
pueblo tiene la posibilidad de participar y votar a favor o en contra. La
conciencia de cada ciudadano será puesta a prueba y podrá expresar su opinión
sobre este proceso. Si me preguntan cómo votaré, responderé que lo haré por el
sí. Soy consciente que con la celebración de estos acuerdos no llegaremos a la
plena paz, pero aprobándolos tendremos una gran oportunidad para plantar las
primeras semillas que nos conducirá a ella.
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