Santiago Villarreal Cuéllar
Ni tanto que queme al
santo, ni tanto que no lo alumbre, dice un viejo dicho español. O como dirían nuestros
antiguos campesinos: son más los gritos que las mazorcas. Exagerada expectativa
despierta el gobierno nacional y los dirigentes políticos que recibirán
millonarias partidas de dinero para comenzar a hacer la campaña en favor del
sí, en el plebiscito por la paz. También la extrema derecha en cabeza de su
líder el ex presidente Álvaro Uribe Vélez, en dramáticas escenas de
resentimiento invitó a izar banderas negras para expresar su inconformidad con
los acuerdos, como premonición al desmoronamiento de su campaña guerrerista. Los
colombianos debemos ser conscientes que los acuerdos firmados con las farc y el
gobierno, que serán refrendados por el pueblo, no son ni mucho menos la paz
definitiva al conflicto armado que desangra a Colombia desde hace seis décadas.
No es que sea pesimista, ni ave de mal agüero, porque he sido partidario de los
diálogos y la negociación desde hace muchos años. Pero también he dicho que no
basta negociar y desarmar un grupo guerrillero sino se hacen profundas reformas
estructurales que cambien la sociedad colombiana. Sobre todo esa que engrosa
grandes cinturones de miseria. Esa población mayoritaria que vive de la
economía informal, o que sobrevive del empleo chatarra, el subempleo, y que se
alimenta con harinas porque sus ingresos no alcanzan para comprar alimentos que
contengan proteínas (carnes y huevos) y vitaminas (frutas).
Una paz sin reformar el
nefasto y criminal sistema de salud que garantice la universalidad, gratuidad,
calidad y sea previsiva, no puede perdurar por mucho tiempo. Una paz donde el
sistema de justicia es inoperante y corrupto no tiene un futuro promisorio. Una
paz donde la educación no es gratuita, de calidad e integral hasta la
universidad, no podrá vislumbrarse a largo plazo. Una paz donde la corrupción
continúe en aumento y los recursos del erario público se desvíen para
enriquecer unos pocos, pronto sucumbirá. Una paz que solo beneficia a los dos
mil trescientos dueños del 53% de las tierras aprovechables y a los 2.681
propietarios de los depósitos bancarios más grandes del país, no será más que
una llamarada de hojas secas.
Para rematar diremos que
mientras no se dialogue con el grupo guerrillero eln, será una paz parcial. Y
lo más importante: al salir el presidente Santos, ¿quién garantizará que esta
paz no se rompa? No serán los precandidatos de la extrema derecha, Germán
Vargas Lleras, el del ‘uribismo,’ o Alejandro Ordoñez quienes respeten los
acuerdos. No obstante, me sumo a los votantes del sí.
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