Santiago Villarreal Cuéllar
“Uno sabe cómo empiezan estos paros, pero no
cómo terminan,” dijo cínicamente el ministro de agricultura Aurelio Iragorri
Valencia, refiriéndose al paro campesino, indígena y afro-descendiente. Quizá
este funcionario representa a las familias que más responsabilidad histórica
tiene con las desigualdades agrarias y sociales del departamento del Cauca, de
donde es oriundo. Porque toda la culpa de vivir este ciclo permanente de paros
agrarios, lo tienen los gobiernos que históricamente han detentado el poder,
protegiendo los 2.300 hombres, entre ellos este ministro, poseedores del 53% de
las tierras aprovechables del país, mientras el resto del campesinado vive en
minifundios ubicados en zonas montañosas, cuyos suelos ácidos debido al
contenido de aluminio cuestan tres veces más ponerlos a producir, en cuyas
regiones no hay carreteras dignas, agua potable y en muchas no llega
electricidad. Estos agricultores todavía siembran con estaca y se guían por el
mito de los ciclos lunares. Para ellos la tecnología no existe y tardará muchos
años en llegar. A esto se suman tres verdugos que por décadas persiguen a los
humildes e indefensos labriegos: los grupos para-militares y guerrilleros que
los ha despojado, desplazado, chantajeado, extorsionado y asesinado por
apoderarse de sus tierras, además de obligarlos a participar en paros cada que
se les antoja. Y el estado que los maltrata psicológica y físicamente,
asesinando a muchos en cada jornada de paro. Estos sí son verdaderos héroes de
una patria voraz que se traga a sus propios hijos por el hecho de ser humildes
y trabajadores.
Otro ciclo kármico que repite el campesinado
colombiano es su memoria nebulosa que olvida rápidamente lo que ocurrió ayer.
Hace tres años fue reprimido cruelmente durante los paros cafeteros, pero un
año después hicieron fila para votar por los mismos politiqueros que han
impedido realizar las grandes reformas estructurales que necesita el país para
cambiar su desgracia. Eligieron a los mimos diputados, representantes,
senadores, concejales, alcaldes y gobernadores disfrazados como los camaleones en
distintos partidos, para hacer lo mismo y no cambiar nada. Porque el principal
cáncer que hoy corroe a Colombia es la corrupción de la clase política, que ha
permeado todas las esferas del poder.
En distintos escritos, foros y escenarios
donde he tenido la oportunidad de exponer mis ideas, he dicho que la solución
al problema agrario en nuestro país se logrará cuando se haga una reforma
agraria estructural, donde el estado subsidie la tecnología agrícola y
pecuaria, los insumos y semillas; seguro de cosechas, cadena de
comercialización y muchas otras ayudas. Mientras esto no suceda continuaremos
repitiendo el ciclo de paros, promesas y mentiras
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