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6/18/2016

El agua convertida en mercancía


Santiago Villarreal Cuéllar

De chico recuerdo las señoras de la comarca rural donde nací, llegar los lunes y jueves al sitio donde serpenteaba una hermosa, abundante y cristalina quebrada. Descargaban sacos de fique repletos de ropa sucia y con jabón azul comenzaban a restregarla sobre grandes piedras planas. La golpeaban con tanta fuerza que los botones de las camisas salían disparados como balas, cayendo al rastrojo. Corríamos los niños hasta la maleza, comenzando una búsqueda infructuosa; suspendíamos el operativo y nos lanzábamos al charco elaborado artificialmente con piedras y ramas de árboles. Allí permanecíamos felices, bañándonos hasta que nuestros cuerpos se tornaban morados y los dientes rechinaban de frío. ¡Que infancia tan bella! Nadie era dueño de las aguas y no cobraban tarifas.

Posteriormente se construyeron los primeros acueductos artesanales utilizando manguera plástica. Siempre capté la diferencia del sabor del agua de las fuentes  naturales; más dulce que la fluida por la manguera; esta última posee un sabor a calabazo, y es tibia.

Cuando se proclamó la Constitución de 1991 en Colombia, se instauró el modelo económico neo-liberal que permite, y casi que obliga, a privatizar todo lo público, incluyendo la fuente de la vida: el agua. La Ley 142 de los servicios públicos contempla la privatización de estos, incluso la prestación del vital líquido. El agua, fuente de la vida, antaño abundante, gratis y pura, convertida en una mercancía más como si fuera una personificación pre-fabricada. Es algo así como una entelequia incomprensible. ¿Cómo un elemento indispensable para la conservación de la vida, mentes siniestras, mercantilistas, usureras, la transformaron en un ser intangible que pude comprarse y venderse? Desde hace muchos años esas mismas mentes comenzaron a “tratar” y empacar agua en botellas, primero de vidrio y después de plástico, para venderla. Poco a poco la han incluido como un elemento más de la canasta familiar; más cara que la le leche de vaca. Confieso que no compro agua “tratada;” hierbo la del acueducto antes de consumirla.  


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