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5/17/2016

La seguridad como método de control social



LA SEGURIDAD COMO MÉTODO DE CONTROL SOCIAL HA SIDO FACTOR DE DESTRUCCIÓN DE LA LIBERTAD Y LA DEMOCRACIA EN COLOMBIA


A pesar de algunas experiencias territoriales exitosas en materia de superación de la violencia, el país no ha dejado de escoger políticas fracasadas de seguridad con un denominador común, a pesar de la diferencia de los gobiernos: el carácter reaccionario de sus contenidos y prácticas.
Desde los tiempos de la policía municipal chulavita, el permanente Estado de Sitio, el Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala, remedo de la doctrina de seguridad nacional de las dictaduras del cono sur, hasta la política del encuadramiento civil en las organizaciones militares y policiales de Uribe Vélez, llamada la seguridad democrática, el eje de la política de seguridad ha consistido en pretender que la violencia se supera con más represión y con destrucción de las libertades democráticas
La seguridad como destrucción de la libertad y la democracia ha sido consustancial a una sociedad con niveles de desigualdad social de los más altos del mundo. En un contexto de desigualdad social, la seguridad no ha sido sino el método de control social.
Al establecimiento colombiano no le ha importado reducir los niveles de homicidios, de destrucción de los derechos ciudadanos y humanos, sino que le ha importado como política de seguridad, mantener una sociedad bajo su control.
El “chulavismo”, nombre con que se designaba a la policía municipal conservadora y a los pájaros, organismos parapoliciales del gobierno conservador en la violencia de mediados del siglo XX y padre histórico del paramilitarismo, sigue vigente en la mentalidad del establecimiento y de un sector de la sociedad que lo secunda. El chulavismo se construye en el proceso práctico de eliminar la diferencia y a los y las diferentes. La eliminación de la diferencia, trae como corolario la predominancia de lo mismo, del mismo pensar encajado en la construcción de una normalidad sin democracia. El “colombiano de bien”, imaginario creado por el discurso de los medios y de la clase política, es el producto del chulavismo. El “colombiano de bien” es un trabajador que no protesta, un empleado servil, una ama de casa dominada, una juventud que reza, se arrodilla y obedece, un pueblo que vota por los mismos y por sus herederos. El “colombiano de bien” es aquel que llega a aplaudir que asesinen o encarcelen a quienes protestan, a quienes muestran un comportamiento no normal. El comportamiento por fuera del perfil de “colombiano de bien” que ha impartido la oligarquía y que es funcional a la perpetuación hereditaria de sus privilegios, debe ser, para ella, eliminado, y esa es la seguridad que proclaman. Todo lo que rompa la norma del “colombiano de bien” debe ser eliminado.
A la construcción discursiva del “colombiano de bien” se le articuló la construcción discursiva del “desechable” es decir, lo eliminable, lo diferente.
El chulavismo impuso como política de seguridad reaccionaria, la limpieza social. La limpieza en la sociedad de bien de los desechables: los que protestan, los que se rebelan, los y las diferentes. Desechables eran los niños de la calle, los habitantes de la calle, los que tenían comportamientos mentales “no normales”, los consumidores de droga, las travestis, los gay, las trabajadoras sexuales, los pobres en general, los izquierdistas, los socialistas, los amigos de Chávez, los que no están con Uribe, los que eran liberales y masones, los comunistas, los subversivos, los grafiteros, las nuevas culturas urbanas, los que se peinan distinto, las que dejan ver el ombligo, las que usan minifalda, los que usan barba, los que son indígenas, en fin, por esta y por otras razones, a los desechables los intentaron eliminar en regiones enteras bajo el control de “colombianos de bien” dueños de ejércitos paramilitares y rutas del narcotráfico.
Esta concepción de la seguridad reaccionaria es en realidad una concepción totalitaria, fascista. El chulavismo fue la forma de irradiar en el pueblo las ideas y concepciones de la Europa franquista y totalitaria en la que creían los gobiernos conservadores. La sociedad homogénea, de bien, sin colores, es una sociedad que no permite la diferencia, la democracia y la libertad.
Los chulavitas dejaron un país rural con 300.000 muertos. Lograron que pueblos enteros se pintaran de azul, introdujeron en la sociedad conservadora una mentalidad franquista, profundamente antidemocrática. El liberalismo víctima del chulavismo ya en el Frente Nacional, reprodujo sus formas de actuar.
Son los liberales del Frente Nacional, los que, paradójicamente, llevan el chulavismo hacia la constitución de una política pública de seguridad.
El Estado de Sitio usado para desincentivar la movilización callejera popular, terminó construyendo un sistema de justicia militar sobre civiles, que encarceló todo lo que sonara a diferencia. La Justicia Militar fue una extensión liberal del chulavismo conservador. Tal paradoja solo fue posible históricamente gracias al Frente Nacional, el régimen que fusionó ideológicamente el liberalismo y el conservatismo. El liberalismo adoptó el fondo de la política de seguridad conservadora.
El Estado de Sitio permanente, le permitió al presidente liberal Turbay Ayala (1978-82) expedir el Estatuto de Seguridad, criminalizar la protesta y encarcelar con consejos verbales de guerra, previa tortura, a decenas de miles de sospechosos de subversión.
En el gobierno de Turbay no solo se generalizó la tortura en las guarniciones militares, sino que comenzó la práctica de la desaparición forzada.
Y fue en el gobierno liberal de César Gaviria donde se legalizó por decreto las autodefensas y se crearon las Convivir. Las Convivir no eran más que grupos de limpieza social conformados por comerciantes, ganaderos y narcotraficantes que buscaban eliminar todo lo que sonara diferente en los territorios donde tenían sus haciendas o por donde pasaban sus rutas de exportación de cocaína.
Entre las Convivir y el chulavismo hay un hilo conductor que no solo muestra el activismo del Estado por mantenerlos sino una ideología de odio desplegada en la sociedad. El chulavismo es una ideología de amplia base ciudadana, es un fascismo. El “colombiano de bien” aplaude la masacre, piensa que es poner la casa en orden y dejarla limpia.
Por ello en medio del aplauso de una parte de la sociedad asesinaron un partido político de izquierda completo, produjeron un genocidio de más de 200.000 campesinos y dirigentes populares asesinados, observaron en silencio y no sin aprecio, la desaparición de más de 80.000 personas.
El chulavismo mató a Galán, y a Jaramillo, y a Pizarro, y a Gómez Hurtado, y a…. miles, decenas de miles, centenares de miles, bajo el silencio de los medios de comunicación y la impunidad de la justicia.
Uribe Vélez, el gobernador liberal y samperista que aplicó el decreto de Gaviria de las Convivir, es el generador del paramilitarismo en su expresión contemporánea. Anticomunista visceral, integrante del Opus Dei, pero militante del Partido Liberal como Pablo Escobar. Heredero del odio, desencadenó la operación de limpieza social más grande de la historia en su departamento Antioquia. Esa inmensa operación de limpieza hecha por las convivir con más de 20.000 hombres armados y con el apoyo de la policía y el ejército en la región, no solo desocupó regiones enteras del departamento antioqueño, sino que lo convirtió, con el voto popular en Presidente.
La mayoría popular de Uribe marca la extensión del chulavismo ideológico en la conciencia de la sociedad colombiana.
El modelo antioqueño de seguridad fue expandido a Colombia, y bajo la mirada cómplice y silenciosa de la prensa, dejó al país con el mayor desplazamiento humano del mundo: más de seis millones de desplazados en sus ocho años de gobierno, y más de 3.000 jóvenes capturados ilegalmente en sus barrios para ser fusilados sistemáticamente y presentados como bajas de la guerrilla para adornar una victoria militar que nunca existió, y aún así contó con el mayor respaldo popular para su reelección. La tierra y el agua pasaron a estar bajo el control de los narcotraficantes y las empresas mineras.
El uso de la represión y el encuadramiento civil bajo organizaciones policiales, militares y parapoliciales y paramilitares, no ha traído seguridad. Al contrario nos ha llevado a una crisis humanitaria profunda, a una destrucción mayúscula de los derechos y las libertades ciudadanas, a la destrucción del sueño de la Constitución de 1991.
En la base de la ideología chulavita está la aspiración a la limpieza social, es decir, a la construcción de una sociedad homogénea, sin resistencia, sin protesta y sin diferencias, a eso le llaman el orden. Esa ideología en la mentalidad de las clases medias, y de capas populares ha legitimado el asesinato y el déficit de democracia del país.
Cuando aparecieron teorías de seguridad en otras partes del mundo, como las de la ventana rota de los profesores Kellog y Wilson aplicadas y vendidas en Centroamérica por Giuliani, el exalcalde de Nueva York, que creen que la limpieza y el orden formal pueden generar seguridad.
De inmediato las derechas, las mismas que habían hecho limpieza social en sus países, recogieron el discurso y llamaron a Giuliani como asesor. En Guatemala, en El Salvador, en Honduras, Giuliani se pavoneo con su teoría, y la limpieza se convirtió en el gran generador de la seguridad. Sin embargo las tasas de homicidios de los países centroamericanos se dispararon, y el éxodo de inmigrantes a los EE.UU. se incrementó de manera inusitada. Giuliani no quiso ver que en la reducción de delitos de Nueva York estaba el abandono masivo del crack por la juventud afro. Su creciente politización, la inclusión juvenil a la acción social y política.
Los chulavitas nacionales de inmediato aplaudieron a Giuliani. La limpieza de la calle, sin inclusión social, siempre lleva a la limpieza social. La crítica norteamericana a la teoría del profesor Kellog comenzó precisamente por allí. La lucha contra el vandalismo y la mendicidad sin inclusión social, lleva a una política discriminatoria y racista. Eso dijeron los críticos anglosajones de la doctrina de seguridad de la ventana rota. Y la abandonaron. El electorado neoyorquino prefirió alcaldes que defendieran la inclusión social, el cuidado de la infancia y la adaptación al cambio climático.
La experiencia bogotana de seguridad ha mostrado un resultado diferente. Centrada en reducir el homicidio y el delito y no en el control de la sociedad, poco a poco Bogotá fue encontrando un camino democrático de convivencia y seguridad.
La política de seguridad ciudadana arrancó a partir de una tímida política de una política cultura ciudadana, vista como una política de convivencia a partir de aplicar las normas, a la construcción de una cultura democrática, vista como la inclusión social de grupos poblacionales tradicionalmente excluidos por razones económicas, de edad, de género y sexuales.
La más efectiva de las políticas de seguridad humana del distrito tuvo que ver con la juventud.
La juventud popular bogotana, y es peor en las otras ciudades, sufre las consecuencias de una exclusión similar a la que ocurre con grupos tradicionalmente discriminados por razones culturales. Sin educación superior, sin perspectivas económicas, vistos como delincuentes por la policía y la sociedad, la juventud popular bogotana termina deambulando en las calles incomprendida, sin poder y sin espacio.
Atrapada en los mensajes de la sociedad de consumo de la que no se puede beneficiar, la juventud popular deriva hacia el control territorial violento, de espacios sin espacio público, o hacia la pandilla donde la jerarquización interna es una forma de reconocimiento social, o hacia las banderas de las barras de fútbol que les dan poder en el estadio, a veces en el barrio, o hacia las culturas underground y el arte incomprendido, o hacia la droga, que es un mecanismo de reconocimiento grupal y no de escape, o hacia, finalmente, las mafias que la impulsan al delito.
Bogotá Humana en lo más profundo de la política de seguridad basada en la convivencia y la inclusión social, logró el dialogo con las juventudes populares, abrió espacios, les cedió poder de decisión, permitió que los muros se abrieran a su arte, y cualificó con educación artística ese arte. Hoy Bogotá con Berlín son las ciudades con el mejor arte contemporáneo urbano en sus calles.
Bogotá Humana logró políticas productivas en las barras futboleras y expandió la expresión artística juvenil a calles, escenarios, la televisión, el cine, con toda libertad. Dije que el Estado solo debía propiciar el espacio, y la creación debía ser el espacio de libertad de los individuos, que el Estado no podía determinar ni las formas, ni el contenido del arte, que el arte es la expresión máxima de la creación libertaria del individuo, y se produjo un estallido de cultura y creación en Bogotá poco antes visto, con la juventud como protagonista.
A las capas más excluidas y degradadas, las incluimos, dimos dineros para sostenerlos a cambio de trabajo comunitario y estudio, el SENA se llenó de miles de jóvenes de pandillas que aprendían audiovisuales, arte, sistemas, instrumentos para la creación. Los antiguos pandilleros se pusieron las togas de grado y con orgullo recibieron los diplomas que acreditaban su saber, su reconocimiento como ciudadanos.
El resultado es que Bogotá disminuyó la victimización por delitos de su población a la mitad si se tiene como referencia 2009.
Esta es la estadística más censurada de Colombia.
Mientras a diario a los bogotanos se les mostraba el delito por televisión incrementando al máximo su percepción de inseguridad, el delito bajaba en la ciudad.
No solo la tasa de homicidios fue la más baja de los últimos quince gobiernos, la tercera más baja de las capitales de Colombia, superada por Tunja y Pasto, sino que el robo de celulares, el delito más extendido en la ciudad, se redujo en un 22% para el 2015.
La ciudad mostró, en la práctica, con resultados, que una política de seguridad basada en la inclusión social, y fundamentalmente en la inclusión social de su juventud, podía disminuir sustancialmente el delito. Esta demostración práctica y contundente no gustó al establecimiento. En sus propias narices, se demostraba la falacia de la seguridad represiva. Un imaginario construido durante décadas estaba a punto de derrumbarse y no solo eso, sino que la extensión al país de una política de seguridad basada en la inclusión social, ponía en peligro el control que la oligarquía establecía sobre la sociedad con la excusa de la seguridad.
Los medios tomaron la delantera a partir de hacer crecer la percepción de inseguridad. Su televisión se dedicó a presentar la construcción de un caos de seguridad, amplificando los hechos delictivos: del 100% del tiempo dedicado a la seguridad de la ciudad en la televisión privada, el 96% era la presentación de hechos delictivos, el 4% restante se dedicaba a presentar la respuesta de la administración.
A pesar de tener la tasa más baja de homicidios de los últimos 15 gobiernos, el 55% de la población creía que había aumentado, a pesar de disminuir la victimización real de la población por delitos, las personas pensaban que el delito se tomaba la ciudad.
Así se impuso finalmente por el electorado mismo, el regreso de la política de la seguridad chulavita. La Secretaria de la Seguridad, abandonó el contexto de la política de la convivencia mockusiana, a pesar del nefasto abrazo que Mockus le dio a Peñalosa, y la política de espacio y poder para la juventud fue desmontada con la satanización del grafiti.
La política de inclusión juvenil en el saber y la educación superior del Idipron, fue reemplazada de nuevo por una política religiosa que ve en el joven excluido y consumidor de drogas, un pecador solo apto para el trabajo forzado.
La teoría de la ventana rota con su ideología de la limpieza se impone como política de seguridad de la ciudad. Y de allí de nuevo, al encuadramiento de la sociedad bajo las organizaciones policiales y militares de Uribe: El Concejo apoyó no solo con el voto del Centro Democrático (uribismo), sino el de los liberales, los verdes y los santistas, la policía cívica que se deriva del viejo decreto de las Convivir. Los habitantes de la calle son constreñidos a vivir donde no se vean, y arrecian las operaciones contra jóvenes en los barrios. Los jóvenes del Idipron ven reducir sus huestes, ya no son llevados al SENA y a la educación sino a quitar afiches de las paredes.
El voto liberal por la policía cívica no es extraño, dado el largo historial de ese partido en la configuración de una seguridad represiva, más extraño, que no sea por la relación clientelista, el voto verde que ni siquiera reivindica el espíritu del primer Mockus, este, enfermó, dejó finalmente su bandera en los brazos de Peñalosa, el uribista.
Ya los círculos de Peñalosa eran desde el inicio partidarios de la seguridad represiva. Constituyen con Alicia Arango, Edmundo del Castillo Y María del Pilar Hurtado el núcleo central del gobierno de Uribe. Peñalosa vio con buenos ojos y apoyó públicamente el surgimiento de las Convivir con toda la extrema derecha del país.
Paradójico resulta la coalición entre uribistas y santistas para reconstruir la política de la seguridad represiva. Ambos sienten que con la derrota de la izquierda la ciudad regresa a lo mismo, al mundo de la segregación social, el control social y los negocios. Es lo que llaman la “recuperación” de Bogotá.
Ya veremos si la seguridad represiva trae más seguridad ciudadana o no. Lo cierto es que el mundo de la libertad y el arte creativo para la juventud han llegado a su final. La era de Turbay y Uribe retorna a la ciudad capital de Colombia.
Por: Gustavo Petro

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