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6/09/2015

Paz sin impunidad


Santiago Villarreal Cuéllar

Queremos paz sin impunidad, donde los jefes guerrilleros paguen cárcel; es la frase constante de quienes pretenden un proceso de paz condicionado para torpedear una verdadera reconciliación. Es bueno remontarnos a la historia para conocer algunas causas del conflicto armado y así entender el actual proceso. Las guerrillas colombianas y en particular las farc, surgieron como principio de autodefensa debido a la implacable persecución de parte del establecimiento. Después del 09 de abril de 1948, cuando asesinaron a Jorge Eliecer Gaitán, el hombre que encarnaba el espíritu de la renovación política; la esperanza de un cambio estructural frente a una oligarquía enquistada en el poder, dividida en dos partidos que defendían (y continúan, defendiendo) los mismos intereses; el pueblo se levantó en desobediencia civil; tenía conciencia de la pérdida irreparable de la promesa de cambio, y sabía que no sería fácil reemplazarlo. La respuesta del establecimiento fue feroz, cruel, despiadada. Era preciso aniquilar toda insurrección; y era necesario borrar de tajo cualquier acto de revivir la propuesta de cambio; era preciso resguardar los más caros intereses económicos, intocables, sagrados. La casta política, defensora de los privilegios económicos y estatales debía castigar, y borrar del mapa los insurrectos; toda propuesta contestataria debía ser cortada de cuajo. La oportunidad era propicia, no solo para aniquilar la rebeldía popular, sino para esquilmar sus pocos bienes, específicamente sus tierras, y anexarlas a los latifundios existentes. Crearon los “pájaros,” y la policía Chulavita se convirtió en otro brazo estatal para cumplir el macabro objetivo. Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda, o “tirofijo,” fue el resultado de esa implacable persecución. Él constituye el símbolo del hombre perseguido, huido y luego resistente; auto-defenderse es un instinto natural del ser humano para conservar el bien más preciado: la vida; revelarse contra el establecimiento perseguidor no solo es un acto de legítima defensa, sino un derecho natural del hombre.

Los sucesivos gobiernos después de 1948, nunca se preocuparon por realizar las grandes reformas sociales y estructurales que necesita el país para mitigar el conflicto armado, sino que continuaron defendiendo sus intereses económicos, y el de las multinacionales extranjeras. El poder del estado se concentró en fortalecer las fuerzas armadas para reprimir todo vestigio de protesta legal y armada. Los mismos que hoy reclaman paz sin impunidad, son quienes han creído que la insurrección se combate matando. Ahora pretenden que los insurrectos entreguen las armas y se metan en la cárcel para pagar su delito de revelarse. Ningún grupo insurgente en el mundo negocia la paz para ir a la cárcel. Negociar la paz no es sinónimo de capitular.    

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