Santiago
Villarreal Cuéllar
En
las montañas de la cordillera oriental, donde el aroma de las flores
silvestres acaricia con su perfume los moradores, y el canto de las
aves despierta los labriegos, vive Roque, un curtido campesino,
solitario, casi ermitaño; su humilde vivienda es una pequeña cabaña
de madera, con pisos de tabla, cama rustica y colchón de paja; vive
solo pues su mal humor nunca ha permitido que una compañera pueda
convivir con él; así envejeció hasta llegar a los setenta años.
Nunca ha sufrido enfermedades, ni conoce médico pues los resfríos
los controla con agua hervida de mora, con cascaras de roble para
purificar la sangre. De pronto, comenzó a observar chupones en
algunos lugares de su cuerpo, como el pecho, brazos, piernas y sus
nalgas. Al principio creyó que se trataba de problemas de su sangre
y aumentó la dosis de cocimiento de corteza de roble, esta vez
mesclada con hojas de nogal. Pero todo siguió igual, y diariamente
su curtida piel mostraba chupones que con los días se tornaban
morados y negros. Acudió a doña Casimira, una yerbatera de la zona,
quien le indicó que se trataba de una bruja.
Según
la leyenda, algunas brujas gustan succionar la sangre de las
personas, con la que se alimentan. Durante la noche, mientras la
víctima entra en sueño profundo, la bruja llega y se introduce en
el dormitorio, y empieza su festín. Las personas que son chupadas
por las brujas, comienzan a padecer anemia y si no se someten a
tratamiento, pueden morir. Doña Casimira aconsejó a Roque, frotar
todo su cuerpo con jengibre machacado, antes de irse a dormir. Parece
que el olor fuerte de este tubérculo, impide que la bruja pueda
llevar a cabo su cometido. El ajo macho también produce excelentes
resultados.
Sin
embargo, no todos los chupones son ocasionados por brujas. Cuando su
esposo o esposa aparezca con chupones en el cuello, no eche la culpa
a las brujas. Puede tratarse de otra patología que se llama
infidelidad.
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