Santiago Villarreal Cuéllar
Con gran regocijo hemos recibido los colombianos el anuncio hecho por el vocero del gobierno, Humberto de La Calle Lombana, y el negociador de las farc, Iván Márquez, el acuerdo sobre los primeros dos puntos de la agenda de negociación.
El presidente Santos ha ratificado que los diálogos no serán suspendidos, pues si las cosas marchan bien, mal podría optarse por cortar las negociaciones. Por el contrario, el presidente fue enfático en afirmar que, ahora más que nunca se debe acelerar dicha negociación.
Quienes hemos creído en una paz negociada, civilizada y tenemos optimismo en este proceso, aplaudimos los primeros acuerdos entre las partes en conflicto.
De inmediato, los detractores del proceso, generalmente extremistas de derecha, han vociferado toda clase de dicterios, incluso rayando con la grosería y patanería. Es normal que estos adoradores de la guerra, quienes nunca han empuñado un arma entre otras cosas, deseen que el conflicto perdure en el tiempo, pero se quedarán con los crespos hechos, porque las negociaciones tendrán un fin decoroso.
El presidente Santos ha invitado a todos los colombianos para que apoyemos estos primeros pasos hacia un paz negociada. Claro que debemos respaldar esos diálogos; claro que los defensores de los derechos humanos queremos una paz negociada; claro que quienes amamos la vida y amamos a los humanos, queremos que este conflicto de más de cincuenta años tenga un final feliz y sin más derramamiento de sangre; claro que no queremos que se sigan matando los hijos de los pobres, porque tanto soldados como guerrilleros son hijos de gente pobre.
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