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10/22/2016

La parodia del plebiscito por la paz


Santiago Villarreal Cuéllar

En Colombia no estamos acostumbrados al ejercicio democrático. Ni el pueblo ni el gobierno tienen una verdadera visión del ejercicio del voto cuando de referendos, plebiscitos y otras formas de participación ciudadana se trata. Es apenas comprensible en una democracia a medias donde el pueblo lo acostumbraron a votar por mendrugos y los politiqueros utilizan el poder que el ciudadano le otorga para robar el erario. No se ofendan los verdaderos políticos (que son pocos en nuestro bello país) que ganan espacios gracias al voto de opinión, con sus ideales, sin necesidad de cemento, tamal, aguardiente y otros elementos demagógicos que destruyen el enclenque sistema democrático, ahondando cada día la profunda grieta de la corrupción.

El plebiscito del dos de octubre nos sorprendió a todos. Al gobierno que preparó zendo discurso para celebrar una victoria que le fue esquiva. A los partidarios del no, que semanas antes demandaron ante la Corte Constitucional la legalidad del mismo, y el día de las elecciones se escondieron en sus casas y haciendas para esperar con resignación la derrota. Sin embargo, una ligera victoria los hizo reaccionar y en menos de dos horas redactaron discursos de victoria. Ahora esa oposición se tragará un enorme sapo cuando la Corte acepte sus demandas y declare inexequible el plebiscito. Tengo la certidumbre que así fallará.

Voté por el sí porque como lo he afirmado, soy un convencido que la guerra padecida por los colombianos por sesenta años solo tiene como solución final la negociación civilizada y el diálogo. Pero como demócrata acepté el resultado y no podemos llorar sobre mojado, ni aserrar el aserrín.

Hubo mentiras de ambas partes para captar electorado. Los del no mintieron, y los del sí también. El gobierno y su sequito de aduladores manifestaron que si ganaba el no, regresaríamos a la guerra, pero afortunadamente no ha sido así. Es lo mejor que nos ha podido suceder. El galardón del Nobel de Paz para el presidente Juan Manuel Santos opacó la derrota y revivió los espíritus alicaídos del estamento gubernamental.

Y aunque no es extraño en nuestra inmadura democracia, el presidente de la república, que en cualquier otra parte de una nación civilizada hubiera renunciado al día siguiente de  la derrota, aquí no pasó nada. El presidente se recuperó de la derrota y continuó con su propósito de firmar los acuerdos sin hacer reformas y acatar las sugerencias de los vencedores. Y ni qué decir de la guerrilla de las farc, que continúan con sus pechos erguidos y su orgullo por lo alto. No aceptan la derrota. Claro está que es preferible todo este contraste de vanidades y parodias, que regresar a una guerra fratricida e insensata. Pero las reglas de la democracia deben respetarse aunque resulten amargas como la hiel.

Y para continuar con esta parodia, ahora el gobierno no descarta la posibilidad de realizar otro plebiscito para reafirmar las supuestas reformas a los acuerdos. ¿Permitiremos los colombianos que continúen burlándose y jugando en esta falsa democracia? Sería el colmo aceptar semejante despropósito.     



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