Santiago Villarreal Cuéllar
En las diferentes
culturas religiosas, politeístas y monoteístas, el concepto de alma o espíritu
es inherente a sus creencias. El cuerpo humano no solo es materia. Dentro de
esa materia existe un ser invisible, abstracto, la chispa que alimenta y rige
el destino. Los filósofos antiguos y modernos han puesto en duda la existencia
del alma, pero las creencias religiosas han influido más la mentalidad de las
masas y se resisten a prescindir del alma. Los científicos desconocen la
existencia del alma y de los espíritus, pero la mayoría de la gente no confía
en la ciencia y solo la utiliza cuando es indispensable. Para la mayoría de la
gente todo hecho científico gira alrededor de fuerzas abstractas, invisibles,
divinas. Quizá la creencia en el alma se debe a ese apego natural de los
humanos a la vida y resistirse a morir. Para la mayoría el cuerpo muere, pero
el alma es inmortal. Es decir, nunca moriremos del todo y esa alma, espíritu o
memoria perpetuará el nombre de las personas.
¿A dónde irá el alma
de los difuntos? Son diversas las teorías y ricas en imaginación. Para los
orientales, herederos de la milenaria cultura hindú, el alma de un ser humano,
igual que la de un animal, árbol o seres vivos (para ellos todo ser viviente
posee un espíritu) tiene ciclos de reencarnación. Es decir, que al morir un
ser, ese espíritu o alma reencarna en otro ser material animado. Dependiendo
del karma que tenga ese ser, el alma ocupará determinado cuerpo, sea vegetal,
animal o humano. Solo aquellos seres trascendidos lograrán liberarse del karma
de la reencarnación y viajar al absoluto o lugar celeste donde descansarán
hasta la eternidad.
Para la cultura
cristiana esa alma se marchará hasta un lugar de descanso donde esperarán el
juicio final. Ese día los “buenos” irán al cielo a ubicarse a la diestra de
Dios y los “malos” serán enviados al infierno donde serán quemados hasta la
eternidad.
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