Santiago Villareal Cuéllar
Aquella
soleada mañana del viernes 23 de agosto de 1991, lo vi angustiado mientras
revisábamos el cultivo de café. Era una especie de ansiedad incomprensible. Nunca
lo había visto antes así. Sin embargo, no interrogué sobre su estado de ánimo.
Quizá presentía la tragedia que ocurriría más tarde. Esas extrañas percepciones
o intuiciones que suelen tener quienes presienten la desgracia. Almorzamos
normalmente como lo hacíamos en compañía de mi madre, esa mujer inmaculada que
nos quería tanto. ¡Cuánto sufrió después de la tragedia! Ese sufrimiento la
acompañó hasta su tumba, catorce años después. Hacia las cinco de la tarde
abordó su motocicleta dirigiéndose a la ciudad de Pitalito, pero nunca llegó. Durante
la noche no regresó. Mamá se angustió bastante pero yo la calmé diciéndole que
otras noches tampoco había llegado. El sábado muy temprano continué las faenas
de la finca, pero hacia las nueve de la mañana decidí viajar a Pitalito para
hacer las compras del mercado que rutinariamente lo hacía mi hermano cada ocho
días. Mi madre preocupada me pidió con sus inmaculados ojos llenos de lágrimas que
lo buscara. Así lo hice en aquellos lugares y amigos frecuentados por él, pero
todo fue en vano: todos contestaban que no lo habían visto. Cuando regresé a la
finca hacia la media mañana, guardé la esperanza que hubiera regresado, pero me
decepcioné porque fue lo primero que mi madre interrogó. El almuerzo no fue tan
agradable y familiar como cuando estábamos los tres. Comimos con angustia, sin
apetito y con la chispa de la preocupación en nuestra mente.
El domingo por la
mañana mi madre y yo presentíamos que algo anormal le había ocurrido a mi
querido hermano, pero nos negamos a aceptarlo. Seguíamos guardando vana
esperanza. Inicié la búsqueda por el Corregimiento de Bruselas donde solía
visitar algunos amigos. Nunca pensé, y ni siquiera imaginé que esa búsqueda
llegara a ser tan larga, tortuosa, dolorosa, y estéril. Llevo 25 años buscando
al ser más querido de mi vida: mi hermano José Lizardo Villarreal Cuéllar, y no
he logrado saber nada de él. Solo nos enteramos el lunes 25 de agosto, cuando
encontramos la motocicleta escondida por los secuestradores a sueldo a orillas
de la carretera nacional que de Pitalito conduce a Timaná, a la altura de la
Vereda Charco del Oso. Hubo testigos que revelaron los hechos. Se lo llevaron a
la fuerza, bajo la amenaza de las armas. Lo subieron a una camioneta, pero se
lo comieron porque hace parte de esa trágica lista de las cientos de miles de víctimas
por desaparición forzada en Colombia.
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