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6/29/2016

La grosería de algunos funcionarios públicos


Santiago Villarreal Cuéllar

Cuando ingresamos a una oficina pública, municipal, departamental, nacional, incluyendo institutos descentralizados y juzgados, solemos toparnos con la señora o señorita concentrada en su móvil, escribiendo o chateando. También si son hombres asumen el mismo rol. Pero lo más horroroso es que atienden de mal genio, no explican al usuario algún detalle que este no comprende y se atreven a dar órdenes como si fueran jefes cuando son simples subalternos. Existen dos clases de estos funcionarios patanes: los nuevos que ingresaron porque el nuevo alcalde o gobernador los nominó generalmente mediante contratos a término fijo (empelo chatarra), que creen que cogieron el sol con las manos; estos suelen ser más creídos y prepotentes que los demás. Y están los de carrera, que generalmente llevan varios años al frente de un despacho. Estos sí que son agresivos de palabra, creen que tienen su puesto comprado y que allí se convertirán en momias inamovibles. Son más groseros los de pueblos y ciudades intermedias que los de las capitales. En este cuadro de canallas también encontramos algunos alcaldes y concejales que después de ganar la elección se convierten en verdaderos ogros. Hay concejales a quienes las ínfulas, se les sube tanto que se creen senadores, teniendo en cuenta que estos últimos son muy amables porque superaron la ignorancia.

Esta patología mental está asociada en primer lugar psicológicamente al complejo de inferioridad, y segundo a que muchos de estos funcionarios no tienen suficientes estudios académicos, y si son profesionales universitarios, lo hicieron en universidades donde se imparte solo conocimientos generales, pero no a ser humanos. La falta de relaciones humanas es indispensable para ejercer cualquier profesión, pero específicamente cuando ocupamos cargos públicos, sean estos de alta o baja jerarquía. Y si nos desempeñamos en la empresa privada con mayor razón.

Las nuevas políticas públicas requieren funcionarios que posean excelentes relaciones humanas; deben atender muy bien al público, partiendo del principio elemental que gracias a ese público devenga su salario.      



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