Santiago Villarreal Cuéllar
Cuando ingresamos a una oficina pública,
municipal, departamental, nacional, incluyendo institutos descentralizados y
juzgados, solemos toparnos con la señora o señorita concentrada en su móvil,
escribiendo o chateando. También si son hombres asumen el mismo rol. Pero lo
más horroroso es que atienden de mal genio, no explican al usuario algún
detalle que este no comprende y se atreven a dar órdenes como si fueran jefes
cuando son simples subalternos. Existen dos clases de estos funcionarios
patanes: los nuevos que ingresaron porque el nuevo alcalde o gobernador los
nominó generalmente mediante contratos a término fijo (empelo chatarra), que
creen que cogieron el sol con las manos; estos suelen ser más creídos y
prepotentes que los demás. Y están los de carrera, que generalmente llevan
varios años al frente de un despacho. Estos sí que son agresivos de palabra,
creen que tienen su puesto comprado y que allí se convertirán en momias inamovibles.
Son más groseros los de pueblos y ciudades intermedias que los de las
capitales. En este cuadro de canallas también encontramos algunos alcaldes y
concejales que después de ganar la elección se convierten en verdaderos ogros.
Hay concejales a quienes las ínfulas, se les sube tanto que se creen senadores,
teniendo en cuenta que estos últimos son muy amables porque superaron la
ignorancia.
Esta patología mental está asociada en primer
lugar psicológicamente al complejo de inferioridad, y segundo a que muchos de
estos funcionarios no tienen suficientes estudios académicos, y si son
profesionales universitarios, lo hicieron en universidades donde se imparte
solo conocimientos generales, pero no a ser humanos. La falta de relaciones
humanas es indispensable para ejercer cualquier profesión, pero específicamente
cuando ocupamos cargos públicos, sean estos de alta o baja jerarquía. Y si nos
desempeñamos en la empresa privada con mayor razón.
Las nuevas políticas públicas requieren
funcionarios que posean excelentes relaciones humanas; deben atender muy bien
al público, partiendo del principio elemental que gracias a ese público devenga
su salario.
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