Santiago
Villarreal Cuéllar
La violencia contra nuestros niños empieza en
el hogar; cuando castigas físicamente su
hijo, le gritas para amedrentarlo, le dices bruto, inútil, estúpido, o tonto,
estás ejerciendo, no solo violencia física, sino psicológica. También se ejerce
violencia cuando peleas con su pareja delante de los niños, y recurre a la
violencia física contra esa pareja. Aquellos padres que se embriagan y llegan a
casa a gritar, y hasta obligar los niños a beber, también violentan los
pequeños. Con relación a estos casos, poco o nada hacen las autoridades
encargadas de preservar la integridad de los niños; allí no ejerce control el
ICBF, ni la Policía de infancia y adolescencia, y nuestra niñez está a merced
de verdugos más peligrosos que los particulares; me refiero a los propios
padres de familia o quienes ejercen ese rol. El resto de la sociedad agrede los
niños de diferentes formas, pero se esperaría que dentro del núcleo familiar
existiera una forma distinta de tratar los infantes.
Resultado de esta violencia intrafamiliar:
niños buscando consuelo en otros adultos, cayendo en peligro; o buscando ayuda
y orientación en otros adolescentes que nada positivo ofrecen; niños
refugiándose en la farmacodependencia, llámese alcohol, tabaco, marihuana,
cocaína, heroína y substancias provenientes de pegantes; y algo peor, niños que
se marchan del hogar, y se lanzan a aventurar en las peligrosas calles de
pueblos y ciudades, donde son presa fácil de violadores, drogadictos y
explotadores laborales.
Otra patología peligrosa heredada por los
adolescentes como consecuencia de este maltrato familiar, son jóvenes agresivos,
estresados, y muchos con síndrome de desadaptación social. Esta última
enfermedad mental, descubierta en la década de los cincuenta, es causante de
muchos casos de suicidios de jóvenes que pierden totalmente la esperanza de
vida y al menor síntoma de choque con otra persona, o un enamoramiento
rechazado, ponen fin a su vida como única salida a su problema. No es alentador
el futuro de nuestra juventud, si en los hogares continúan tratando los niños
como simples objetos.
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