Santiago Villarreal Cuéllar
A mediados del mes de enero escribí en este
diario una columna, denunciando los especuladores del arroz. Teníamos razón,
porque la Superintendencia de Industria y Comercio, dirigida por Pablo Felipe
Robledo, impuso multimillonarias multas contra dos reconocidas firmas
arroceras, Flor Huila y Roa; lamentablemente ambas fundadas en nuestro bello
Huila. Vergonzoso para nuestros paisanos aparecer ante el país como
despreciables especuladores y monopolizadores de un producto de vital
importancia para la seguridad alimentaria de nuestro pueblo. Más que
despreciable, es reprochable, y atenta contra
la vida de las familias más humildes de nuestro país, pues un sinnúmero
de colombianos tienen como ración diaria un plato de arroz, acompañado de algún
zumo de fruta, o refresco sintético. Arroz ala girasol, consiste en la mayoría
de los casos, el plato diario de cientos de miles de familias, cuya fórmula es
un plato de arroz acompañado de huevo frito. Pero en general, el arroz
constituye el plato principal de la mayoría de familias de clase baja, media
baja, y media.
No tienen escrúpulos estos señores del cartel
del arroz, quienes solo piensan en el lucro personal, pero ni siquiera por un
momento se compadecen de los millones de personas pobres de nuestra querida
patria, cuyos ingresos no alcanzan para comer dignamente y se alimentan de este
producto básico. Deberían poner ese vital alimento a un precio razonable, donde
pueden ganar poco, pero haciendo una verdadera obra caritativa.
El gobierno debe ser firme y confirmar estas
multas, pero debe también obligar a estos especuladores a bajar de inmediato
los precios del producto. Y los colombianos también deberíamos castigar a estos
inescrupulosos, no comprando arroz de estas dos marcas comerciales, por lo
menos mientras bajan el precio. Creo que merecen un castigo de todos los
colombianos porque con los elevados precios y el control monopólico de este
producto, terminan acosando de hambre a cientos de miles de familias. La
verdadera seguridad alimentaria de una nación no depende solo de producir
alimentos, sino de controlar sus precios y comercialización.
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