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4/22/2015

Como caído del cielo



Santiago Villarreal Cuéllar

El doloroso episodio de la muerte de 11 militares a manos de las farc, cayó como un rayo sobre las familias y amigos, quienes tardarán mucho tiempo en reponerse de la tragedia. Pero cayó como del cielo al ex presidente Álvaro Uribe y su séquito de fanáticos, quienes aprovecharon la oportunidad para destilar veneno, y acompañó algunas familias al sepelio. De paso ayudó a minimizar la noticia sobre el encarcelamiento de sus ex ministros involucrados en escandalosos hechos durante su gobierno. Cientos de miles de colombianos, unos ingenuos, otros ebrios de venganza; otros por ignorancia y unos pocos por oportunismo, continúan creyendo firmemente en el ex mandatario. Arrinconado por la oleada de críticas, atizada por los medios masivos de comunicación que desplegaron sus baterías como nunca lo han hecho, y por supuesto doblegado por la cúpula militar, siempre enemiga del diálogo y la negociación con la insurgencia, el presidente Santos ordenó nuevamente bombardear campamentos guerrilleros. Para agradar a la derecha que lo apoya en la coalición de unidad nacional, anunció límites a las negociaciones. Es algo así como decir que para apagar un incendio de grandes proporciones, debe realizarse en un tiempo determinado, tratando de ignorar los orígenes, y el combustible que atiza las llamas.

Torpe e insensata la actitud de las farc, al realizar un ataque cobarde contra una base militar, en momentos en que el proceso de negociación estaba en su mejor momento. Le sirve en bandeja de plata a la extrema derecha el argumento que siempre ha enarbolado de no ser sinceros en las conversaciones. Y lo que es peor, siembran más odio y discordia en la mente de millones de colombianos que hace mucho rato perdieron la confianza en ellos, y están perdiendo la paciencia. ¿Cómo pretenden reclamar que no haya justicia ante semejante hecho? ¿Bajo qué argumento pedirán a los colombianos que voten por sus candidatos cuando retornen a la vida civil y política? También la izquierda democrática sufre un duro golpe ante estos hechos, porque en lugar de condenar semejante crimen, esgrimen argumentos ambiguos. La muerte violenta de cualquier ser humano, no solo debe conmovernos, sino llamarnos a condenar esos actos sin importar rangos, clase social o política. Es tan dolorosa la muerte de militares, como también la de aborígenes, campesinos, indigentes, guerrilleros, y todo ser humano que pierda la vida en un conflicto absurdo, a manos de verdugos. Como dolorosas es la desaparición forzada de cientos de miles de colombianos, unos a manos de para-militares, otros a manos de la fuerza pública, y otros por la mano criminal de la guerrilla.



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