Santiago
Villarreal Cuéllar
El doloroso
episodio de la muerte de 11 militares a manos de las farc, cayó como
un rayo sobre las familias y amigos, quienes tardarán mucho tiempo
en reponerse de la tragedia. Pero cayó como del cielo al ex
presidente Álvaro Uribe y su séquito de fanáticos, quienes
aprovecharon la oportunidad para destilar veneno, y acompañó
algunas familias al sepelio. De paso ayudó a minimizar la noticia
sobre el encarcelamiento de sus ex ministros involucrados en
escandalosos hechos durante su gobierno. Cientos de miles de
colombianos, unos ingenuos, otros ebrios de venganza; otros por
ignorancia y unos pocos por oportunismo, continúan creyendo
firmemente en el ex mandatario. Arrinconado por la oleada de
críticas, atizada por los medios masivos de comunicación que
desplegaron sus baterías como nunca lo han hecho, y por supuesto
doblegado por la cúpula militar, siempre enemiga del diálogo y la
negociación con la insurgencia, el presidente Santos ordenó
nuevamente bombardear campamentos guerrilleros. Para agradar a la
derecha que lo apoya en la coalición de unidad nacional, anunció
límites a las negociaciones. Es algo así como decir que para apagar
un incendio de grandes proporciones, debe realizarse en un tiempo
determinado, tratando de ignorar los orígenes, y el combustible que
atiza las llamas.
Torpe e
insensata la actitud de las farc, al realizar un ataque cobarde
contra una base militar, en momentos en que el proceso de negociación
estaba en su mejor momento. Le sirve en bandeja de plata a la extrema
derecha el argumento que siempre ha enarbolado de no ser sinceros en
las conversaciones. Y lo que es peor, siembran más odio y discordia
en la mente de millones de colombianos que hace mucho rato perdieron
la confianza en ellos, y están perdiendo la paciencia. ¿Cómo
pretenden reclamar que no haya justicia ante semejante hecho? ¿Bajo
qué argumento pedirán a los colombianos que voten por sus
candidatos cuando retornen a la vida civil y política? También la
izquierda democrática sufre un duro golpe ante estos hechos, porque
en lugar de condenar semejante crimen, esgrimen argumentos ambiguos.
La muerte violenta de cualquier ser humano, no solo debe conmovernos,
sino llamarnos a condenar esos actos sin importar rangos, clase
social o política. Es tan dolorosa la muerte de militares, como
también la de aborígenes, campesinos, indigentes, guerrilleros, y
todo ser humano que pierda la vida en un conflicto absurdo, a manos
de verdugos. Como dolorosas es la desaparición forzada de cientos de
miles de colombianos, unos a manos de para-militares, otros a manos
de la fuerza pública, y otros por la mano criminal de la guerrilla.
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