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1/13/2015

Matar al librepensador


Santiago Villarreal Cuéllar

La horrible masacre donde asesinaron cobardemente varios dibujantes y escritores del periódico satírico francés “Charlie Hebdo,” demuestra una vez más la premisa de los intolerantes, fanáticos y retrógrados: destruir a como dé lugar aquellas personas que se atreven a criticar, cuestionar, examinar y pensar libre sobre los llamados valores establecidos como verdades en una sociedad jerarquizada, excluyente, dueña del poder y la riqueza en diferentes sectores. Pensar diferente, no estar de acuerdo con las mayorías; investigar, filosofar y sentar bases distintas siempre ha sido a través  de la historia un motivo para el destierro, el asesinato o el encarcelamiento de aquellos herejes que se atreven a poner en tela de juicio las supuestas verdades. Sócrates fue la primera víctima conocida en el eurocentrismo; Jesucristo murió crucificado por cuestionar los preceptos judíos; muchos pensadores de la edad media fueron a parar a las hogueras de la inquisición; los aborígenes de América fueron horripilantemente apaleados y torturados por negarse a abrazar la fe católica cuando el invasor llegó a estas tierras. Y en pleno siglo XXI, diferentes credos fundamentalistas consideran pecaminoso criticar sus dogmas, su fe, y sus más fanáticos esbirros recurren a la violencia y al asesinato, creyendo con ello silenciar a quienes critican y cuestionan sus creencias. No solo sucede con el pensamiento religioso, sino político, con el poder, y con quienes acumulan grandes fortunas creyéndose dueños de la vida de las demás personas. Ser librepensador continúa siendo peligroso en este mundo polarizado y globalizado.

Es más fácil y cómodo para los periodistas modernos acomodarse a las circunstancias que ser críticos; es más fácil y cómodo que nos vean asistiendo a misa, cultos y participando de ritos religiosos que en el fondo de nuestra conciencia no nos agrada, que quedarnos en casa; más que cómodo es necesario si se es político de oficio porque es necesario llevarle la idea a la mayoría que ir contra la corriente; es más fácil y cómodo decir que el gobierno está haciendo las cosas bien mientras observamos con horror cientos de niños durmiendo en la calle y muriéndose de desnutrición; es más fácil y cómodo seguir fumando a escondidas marihuana que defender públicamente su legalización; es más fácil y cómodo ejercer el homosexualismo escondidos por temor a expresar públicamente las preferencias sexuales; que fácil es ser conforme, negarse a pensar, razonar, cuestionar y a no expresar nuestros ideales. Pero qué difícil es ser librepensador, escribir lo que pensamos, defender nuestros postulados, ser vistos como parias, peligrosos y hasta terroristas en países como Colombia, donde el asesinato del librepensador solo conmueve a unos pocos.         

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