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11/19/2014

Un charco llamado Allende




Tirso Antonio Polanco

Santiago Villarreal Cuéllar

Un dolor quemante recorrió el cuerpo del niño cuando sintió sobre su vientre el latigazo descargado con fuerza de la mano de la maestra enfurecida. Cuando el pequeño alzó su camisa para ver, tres lunares de color rojo sobre su piel trigueña mostraron la magnitud del golpe. El pedazo de rejo utilizado por la única maestra de la escuela, terminada en tres puntas redondas, dejaron la huella marcada sobre la delicada piel del infante. Pero la huella que nunca se borró fue aquella dejada en su mente, la misma que hoy recuerda Tirso Antonio Polanco, que lo acompañará hasta la muerte. Con apenas tres meses de primaria y ante el horror del castigo físico, el hoy humanista nunca regresó a la escuela. “Y es que coincidió con el dolor que sentí sobre mi pierna derecha cuando intenté levantarme del pupitre,” dice Tirso con esa mirada serena, tierna, a veces perdida que me recuerda la mirada del líder sudafricano, ya fallecido, Nelson Mandela, a quien conocí de cerca hace muchos años en Madrid España. La poliomielitis atacó al pequeño Tirso, cuya patología lo postró por años. El único médico  del pueblo, Álvaro Sánchez Muñóz, recién egresado de la Universidad de La Plata Argentina, sabiamente recomendó amputar la pierna del niño. Presa del pánico, Tirso decidió marcharse de su pueblo natal, San Agustín, para conservar su pierna, comenzando así su recorrido por la ciudad de Cali. Fue allá donde aprendió a leer, recogiendo pedazos de periódicos de la calle y observando las historietas de Tarzán, El Llanero Solitario, Kalimán y muchas más. Después empezó a leer los primeros libros desordenadamente, los mismos que fueron marcando una huella en su mente, dando forma a ese libre pensador, humanista y conocedor de las diferentes manifestaciones culturales.


Ya joven, casi mayor de edad, regresó a su terruño natal, donde se convirtió en poeta, músico y bohemio. Sus compañeros de juventud lo buscaban para que escribiera poemas y cartas a sus novias  y Tirso Polanco, utilizando esa técnica, enamoró varias muchachas de la sociedad agustiniana. “No sé  en qué momento me volvieron ateo y comunista, lo cierto es que nos íbamos a bañar al río Naranjo, a leer libros de Marx, y bautizamos el charco con el nombre de Allende,” recuerda con burla este hombre que validó su primaria y estudió su bachillerato en el Colegio Laureano Gómez. Posteriormente se graduaría como psicólogo de la UNAD, cuya rectoría rendirá un merecido homenaje a este insigne pensador y humanista. “Pero más que homenajes, yo quiero es trabajar, producir,” dice con decisión Tirso Antonio Polanco.       

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