Santiago Villarreal Cuéllar
Quienes conocieron a Pedro Antonio Marín,
alias “tirofijo,” dicen que este personaje nunca fue capturado por las fuerzas
gubernamentales, sus principales enemigos, porque diariamente rezaba a toda
hora la oración del Justo Juez. Es posible que usted haya escuchado hablar de
esta misteriosa oración. El secreto de esta consiste en rezarla para hacerse
invisible ante los ojos del enemigo, para ganar en peleas o batallas.
En el libro La Cruz de Caravaca, cuya primera
edición data de 1365, publicado en latín, encontramos la oración original. En
su introducción dice que esta fue regalada por el emperador Constantino a los
oficiales romanos para que se defendieran en las guerras. La oración hace
alusión en la mayoría de sus literales a Jesucristo, la Virgen María y los
clavos con los cuales crucificaron a Jesús. No cabe duda que la misma fue
escrita por algún sacerdote católico con dotes de poeta, pero con el tiempo se
convirtió en un verdadero secreto pues nunca se popularizó como sucedió con el
Ave María, el Padre Nuestro, el Credo o la Salve. La oración solo se entregaba
a quienes eran considerados dignos de recibirla, pero sus receptores han sido los
creyentes de la clerecía católica, debido a que el protestantismo no acepta aquello
que no esté escrito en la Biblia.
Durante la edad media esta oración se volvió
muy popular durante las cruzadas. Se dice que Ignacio de Loyola, fundador de la
Compañía de Jesús, repartía esta preciosa joya entre los guerreros que
combatían los herejes, las brujas y los primeros protestantes. Cuando llegaron
los españoles y portugueses al continente americano, la oración fue traída por
muchos de ellos y comenzó a difundirse por las nuevas tierras. La utilizaron
los invasores para combatir los aborígenes y no ser vistos por estos. Con el
transcurso de los años la oración original fue desapareciendo debido a que la
misma era transmitida de forma oral, y hoy se conoce en Latino-América más de
una docena de oraciones diferentes, al Justo Juez.
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