Santiago
Villarreal Cuéllar
Se
ha popularizado tanto la frase “hacer el amor” que hasta los más
eminentes médicos, psicólogos y psiquíatras la utilizan para
describir la más primitiva de las relaciones humanas: la sexualidad.
Ya hemos dicho en otros artículos que la sexualidad y la
genitalidad, aunque tienen una estrecha relación, se divorcian la
una de la otra. Sexualidad es todo contacto entre humanos y
genitalidad es esa relación donde solo los órganos de la
reproducción juegan el rol principal. El amor no se hace; no se
puede hacer porque el amor está hecho. Desde que el ser humano
empezó a poseer sentimientos de atracción, enamoramiento, pesar,
lastima y otros elementos que despiertan la fibra nerviosa de la
ternura, se formó aquello que llamamos amor. Una madre no necesita
hacer el amor para prodigarlo a su hijo recién nacido; ella lo
siente en lo más profundo de la alambrada de su inteligencia; quizá
esta sea la herencia evolutiva más sublime de la mayoría de aves y
animales mamíferos, el de prodigar amor a sus hijos. Observe cómo
los pajaritos arrullan a sus pequeños polluelos con sus picos y sus
cantos; contempla la vaca lamiendo a su pequeña cría en una
manifestación sublime de ternura y amor. Los seres humanos por
naturaleza evolutiva heredamos ese maravilloso sentimiento del amor,
manifestado en afecto, ternura y caricias hacia aquellos seres que
amamos. No se hace el amor, el mismo, por sí solo está hecho y
continuará existiendo hasta que el ser humano desaparezca de la
tierra.
Lo
que comúnmente llamamos hacer el amor, donde juegan el rol los
órganos genitales es eso; tener relaciones genitales; ni siquiera
podemos afirmar que se sostienen relaciones sexuales porque como ya
se ha dicho, la relación sexual es todo contacto que tengamos con la
piel; caricias, abrazos, besos, toques en las orejas u otras zonas
erógenas. La relación genital consiste en originar placer
utilizando los órganos de la reproducción y otras zonas erógenas
como el ano y la boca, como elementos principales.
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