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4/28/2014

Cuando los campesinos protestan



Santiago Villarreal Cuéllar

La jornada del campesino colombiano pobre (mayoría), empieza a las cuatro de la madrugada; se levanta, prepara café; muchos hacen el almuerzo para llevar a sus labranzas que distan horas de su vivienda; su alimentación se basa en harinas y pocas proteínas; si amanece lloviendo, se coloca un plástico y se marcha; y si hace sol, su rostro curtido amortigua los quemantes rayos. Con el clarear del día, el trinar de las aves y el perfume de los bosques, acompañado muchas veces de un perro y llevando un transistor colgado sobre sus hombros, se desliza por los accidentados caminos, rumbo a sus labores. En sus faenas diarias, unas veces deshierba, otras, poda y deshoja una plantación, recolecta café, o se introduce en un cultivo de arroz donde el lodo llega a sus rodillas, mientras el sol quema su espalda, o la lluvia pega sus goterones sobra la misma. En todas estas tareas el campesino corre el peligro de ser mordido por una serpiente, picado por arañas, escorpiones, avispas, abejas y jipas (gusanos oruga), y es presa de zancudos de todas las especies. Estas jornadas culminan generalmente a las cinco, o seis de la tarde.
Observemos una casa campesina: la gran mayoría están ubicadas en laderas montañosas, en zonas de alto riesgo, pisos de tierra, muros de bahareque, fogón de leña; el 95% de zonas rurales no cuenta con agua potable y el líquido es captado de cualquier quebrada, generalmente contaminada, o un pozo lleno de bacterias y conducido por mangueras; son acueductos artesanales que con cualquier lluvia torrencial se destruyen; el 45 % de las viviendas rurales no tienen energía eléctrica y sus moradores alumbran con velas, como en la edad media, o lámparas a base de combustibles derivados del petróleo; el 67 % de viviendas rurales no tiene carreteras y si existen, son iguales a caminos de herradura; el campesino es presa de toda clase de abusos; a sus viviendas llegan estafadores, vendedores de rifas e ilusiones, atracadores; sus hijos han sido engañados para engrosar guerrillas, para-militares, y encima, el ejército los recluta, a veces contra su voluntad para el servicio militar; hasta las sectas religiosas se disputan su fe, no para ayudar a salvar sus almas, sino para esquilmar sus bolsillos mediante diezmos y ofrendas.

Desde la independencia, ningún gobierno ha solucionado los problemas estructurales de los pequeños agricultores. En las décadas del 50 y 80, millones de parceleros fueron despojados de sus tierras a sangre y fuego. Cuando el campesino se levanta, el estado debe escucharlo, buscar una solución, y cumplirle.           

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