Santiago
Villarreal Cuéllar
Nos
aprestamos a elegir presidente de la república, en un momento
histórico en el que la gran mayoría de colombianos no cree en sus
instituciones democráticas, por el alto grado de corrupción a que
hemos llegado. Nadie cree en el congreso, nadie cree en la justicia,
muy pocos creen en la Policía; tenemos una salud mercantilizada que
deja morir los pacientes en las puertas de los hospitales y un
sistema de educación de mala calidad que coloca en peligro el futuro
del país. Estamos tocando fondo, y este sombrío panorama me
recuerda los últimos días del fin de la llamada cuarta república
que vivió Venezuela, al finalizar la década de los noventa, que
permitió la llegada de Hugo Chávez al poder.
Tenemos
un presidente que quiere reelegirse a toda costa, acompañado de una
coalición pegada con prebendas burocráticas y sendos contratos
estatales, representante de una rancia oligarquía de derecha;
también está el candidato de la ultraderecha “uribista,” cuya
propuesta es revivir la nostálgica era de la guerra, regresando a la
violación de los derechos humanos, agro-ingreso seguro, chuzadas y
toda la podredumbre que durante 8 años vivimos los colombianos;
tenemos una candidata conservadora, también representante de una
derecha recalcitrante, partidaria de la guerra y defensora del modelo
económico neo-liberal; está el candidato de los verdes, cuya
victoria en la consulta del pasado 9 de marzo fue obra del electorado
“uribista,” quienes inflaron su elección, que representa una
derecha desarrollista, sin programa definido.
Para
quienes tenemos como premisa la defensa de los derechos humanos,
creemos en un mundo distinto al impuesto por el modelo económico
neo-liberal; que somos partidarios de las soluciones pacíficas y las
reformas estructurales para crear una nueva Colombia, sin violencia,
verdaderamente democrática e incluyente, solo nos quedan dos
opciones para votar: creo que la candidata presidencial Clara López
y su fórmula Aída Avella, representan una alternativa distinta a la
derecha; partidarias del proceso de paz, de un modelo económico
distinto a la globalización, de un verdadero derecho fundamental a
la salud y unos derechos mínimos vitales para aquellas personas
marginadas por la sociedad y el estado, llamadas ahora habitantes de
la calle, indicando con ello que las calles de pueblos y ciudades
constituyen una nueva forma de vida y un hábitat para el ser humano.
Nunca antes habíamos llegado a la degradación total del ser humano
en Colombia, como en estos 20 años de modelo neo-liberal, donde
miles de colombianos reciclan basura para sobrevivir y otro tanto
vive en las calles, marginados de todos los derechos. La otra opción
es votar en blanco.
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