Santiago Villarreal Cuéllar
“Mirad que
nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi nombre diciendo: ‘yo soy el
Cristo;’ y engañaran a muchos.” San Marcos capítulo 13, versos 5 y 6. Mejor
profecía no hizo Jesús sobre lo que sucedería con su doctrina salvadora. Pero
no es solo el cristianismo el que ha sido convertido en una fuente de
enriquecimiento de unos pocos a costa de muchos, y de discriminar algunos
sectores humanos; también la religión de Mahoma, de Buda, el judaísmo y el
hinduismo, han servido de cimiento para fundar cuanta secta se les antoja, para
lucrar sus bolsillos y perseguir en nombre de su dios otros grupos humanos.
Hago esta
reflexión, debido al rechazo general por la predicación de una de las líderes y
propietarias de la secta de la familia Piraquive, en la que discrimina un grupo
humano. Sin embargo, todos los torpedos son lanzados contra esta secta, dejando
a un lado las demás, que son iguales o peor que esta. También acusan a los
Piraquive de enriquecerse a costa de los diezmos de sus seguidores. ¿Y las
otras mal llamadas iglesias, acaso no piden dinero? Hace cuatro años leí en un
muro de una calle de Quito Ecuador, un grafiti que decía: “la religión es un
gran negocio, por eso hay tantas iglesias.” Nada más cierto, como casi todo lo
que se lee en los grafitis. No conozco ninguna religión o secta donde no pida
dinero, y no he visto el primer sacerdote, pastor o líder religioso que no lleve
una vida holgada.
En cuanto a
la discriminación, no se salva ninguna. Desde su fundación en el Concilio de
Nicea del año 325, la Iglesia Católica Apostólica y Romana, no ha ordenado la
primera mujer sacerdotisa, ni mucho menos obispa, cardenala, o papisa. Tampoco
he visto sacerdotes mudos, sordos, cojos o mancos, no obstante Jesús predicar
la igualdad. Ha sido la Iglesia que más persiguió las comunidades aborígenes
(indígenas) negras, y ha satanizado los homosexuales. Aunque hace poco el Papa
Francisco, manifestó en Brasil que el no era nadie para juzgar a estas
personas, refiriéndose a la comunidad LGTB. Las demás sectas mal llamadas
cristianas también predican la homofobia, y algunas de las más
fundamentalistas, obligan a sus mujeres a usar vestidos largos, no cortarse el
cabello, ni usar maquillaje. Los musulmanes son enemigos acérrimos de la mujer,
hasta el punto que en algunas de estas sectas las obligan a ocultar su rostro,
y los homosexuales son mirados como demonios. Pero estamos en un planeta de
masoquistas: entre más garrote, más agachan la cabeza.
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