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11/12/2013

La tenemos de los cuernos


Santiago Villarreal Cuéllar

Desde el comienzo de los diálogos de la Habana, fui optimista sobre los resultados de dichas negociaciones. He escrito varios artículos en este diario, no solo apoyando los diálogos, sino advirtiendo sobre las dificultades que ha tenido y seguirán existiendo. El anuncio de las partes sobre el acuerdo en dos puntos de la agenda, indica que hemos cogido de los cuernos esta etapa de negociación y muy pronto celebraremos la firma de los acuerdos que reconciliarán a todos los colombianos. Los puntos restantes son quizá los más difíciles de negociar, específicamente el de verdad, justicia y reparación. Las farc aceptan que hay víctimas y deben repararlas, pero tengo la certidumbre que no se aplicará justicia en estos casos pues una guerrilla que lleva más de cincuenta años alzada en armas, no permitirá que algunos de sus miembros salgan de las selvas y vayan a parar a la cárcel. Aquí el gobierno debe ser flexible y la sociedad civil debemos comprender que para llegar a una verdadera reconciliación, también debemos perdonar. Afortunadamente este es un país de mayoría católica y cristiana protestante, que a diario pregona perdonar los enemigos y  olvidar sus ofensas. Se espera coherencia de parte de los creyentes.

Ahora, la desmovilización y participación en política de la farc, no significa la verdadera paz; tampoco me pareció acertada la actitud del presidente Santos (ilusa, o demagógica) de afirmar que nos imagináramos una Colombia sin coca; eso sería como decir que tendríamos una Colombia sin piedras. Pero retomando el tema, para lograr una verdadera paz es necesaria una auténtica democracia, donde los votos no se compren, ni se vendan, y se garantice la transparencia del sistema electoral; un  estatuto de oposición que garantice que no se perseguirán los opositores como se ha hecho hasta ahora, a punta de plomo y desapariciones forzadas; una democracia donde los campesinos no tengan que salir a protestar para que les solucionen sus problemas estructurales; una democracia que garantice una salud gratuita, universal y de calidad para todos los colombianos y no unas mafias que se roban el dinero destinado para ese fin; una democracia donde exista la seguridad alimentaria para los más pobres; una democracia que garantice una pensión vital y universal de un salario mínimo para cada colombiano mayor de sesenta años; una democracia donde existan unas verdaderas instituciones de justicia, transparente, confiable y no un ente de corrupción; una democracia que garantice la educación gratuita y de calidad, hasta la universidad. Si apuntamos a esa verdadera democracia, estaremos transitando por los caminos de la paz.        

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