Santiago Villarreal Cuéllar
Un
macabro rebuzno retumbó en la fría y oscura noche, muy cerca de la cañada donde
se encontraba la enramada donde molían la caña de azúcar para elaborar la
panela. Eran las doce, y el sonido de los grillos, sapos, búhos y demás
criaturas nocturnas, ceso después de oír el segundo rebuzno, esta ves más
fuerte, o quizá más cerca de la canoa que servía de lecho donde dormíamos. Mi
abuelo despertó sobresaltado y al escuchar el tercer rebuzno, despertó al resto
de personas que dormían plácidamente; encendió una antorcha de petroleo y tomó
el Rosario en sus manos, invitando a los asustados espectadores a rezar. Con el
Crucifijo de la camándula, hacía cruces en el aire diciendo: !renuncio satanás!
!renuncio satanás! Y así, durante unos diez minutos, el extraño rebuzno comenzó
a escucharse más y más lejos, hasta que solo se oyó un leve sonido, apenas
confundido con el ruido de los sapos, grillos y los restantes animales que de
nuevo reanudaron sus faenas.
Nadie
de los mayores preguntó nada y los pequeños aunque sentíamos curiosidad por
interrogar, nos contuvimos, pero en lo más hondo de nuestra conciencia
intuíamos que era el mismísimo diablo el que rebuznó, hacía apenas veinticinco
minutos. Mi abuelo ordenó a los hombres construir rápidamente cruces
improvisadas de bagazo y leña, las cuales fueron enterradas alrededor de la
enramada. A los pequeños nos ordenó acostarnos nuevamente y no obstante el
miedo, pronto el sueño nos venció.
Mientras
las chilángas celebraban el amanecer con sus cantos, los niños bebíamos agua de
panela con poleo y los mayores café. Interrogué a mi abuelo sobre los rebuznos y
colocándome su mano sobre mi hombro, explicó que se trataba de la mula del
diablo. Especificó que era un extraño espíritu maligno, que tomando la forma de
mula, deambulaba por solitarios caminos campesinos y que era horroroso para
quien la viera, pues se trataba del
mismo satanás. Desde aquellos lejanos años de mi niñez, nunca he vuelto a
oír ese extraño rebuzno.
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