Santiago Villarreal Cuéllar
Colombia al igual que la mayoría de naciones del tercer mundo, padece de
uno de los más graves problemas nutricionales de sus habitantes. Más del 40% de
los colombianos basan su dieta diaria consumiendo harinas, llamase arroz,
trigo, maíz, yuca y otros cereales. Alguna vez me dijo una francesa que visitó
nuestro país, que los colombianos consumíamos más arroz que los chinos, y eso
es cierto. El arroz constituye la base alimenticia de las familias más pobres,
bien sea el famoso arroz a la girasol (con un huevo frito) o en el peor de los
casos, solo. Los conocidos “corrientazos” que venden en los restaurantes
populares, contienen arroz, plátano frito, arepa de maíz, yuca, papa, una
ensalada muy pobre y un pedacito de carne o pollo, muchas veces de mala
calidad. Esta dieta genera muchas calorías pues contiene bastantes
carbohidratos, pero es muy pobre en proteínas, vitaminas, minerales y otros
nutrientes fundamentales para la vida humana.
Otro elemento de la mala alimentación, asociado a la pobreza, lo constituye
la cultura de las sopas y caldos. Estos cocimientos no proporcionan nutrientes
y por el contrario, contienen muchos carbohidratos pues están elaboradas de
pastas (trigo, maíz y papa) y gran cantidad de grasa. Las familias pobres no
consumen frutas, verduras, ni suficientes carnes, especialmente de pescado que
contiene grasas omega 3, tan esenciales para la buena circulación de la sangre.
El consumo de leche de vaca es mínimo y en algunas familias es nulo, y
generalmente de mala calidad porque la leche cruda la venden mesclada con agua.
¿Qué consecuencias tiene un pueblo sub-alimentado? Desgraciadamente muchas.
Sobre todo si esta carencia de nutrientes se presenta en los primeros cinco
años de edad. La formación neuronal sufrirá daños irreversibles, lo mismo que
el desarrollo pleno de sus funciones cerebrales. Además, la carencia de algunos
minerales como el calcio ocasionará a futuro enfermedades como la osteoporosis.
El consumo excesivo de carbohidratos (contenido en las harinas), ocasionará
personas que a los cuarenta años tendrán altos niveles de triglicéridos y colesterol
malo, que originará hipertensión arterial. Además, fomentará la obesidad en la
mayoría de la gente, mientras su sangre tendrá deficiencia de glóbulos rojos,
que termina en anemias. Un niño mal alimentado no tendrá buen rendimiento
escolar y tendrá un alto grado de depresión, de allí la deserción escolar.
Uno de los grandes retos de los gobernantes de nuestro país, debe ser la
búsqueda de unas políticas que redunden en la seguridad alimentaria de la
población más necesitada. Si eso no sucede, seguiremos siendo una nación
enferma y atrasada.
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