Santiago
Villarreal Cuéllar
Nació un 20 de septiembre de 1930
en Cali. “Nací en esa ciudad por accidente,” decía en medio de carcajadas y
burlas. En febrero de ese año, su madre se sintió embarazada en el pueblo de
Pitalito. Ante el temor de que su madre le pegara y la echara a la calle por
ser madre soltera, decidió escaparse, viajando primero a Garzón y de allí se
fue para Cali, donde rápidamente se empleó como domestica. Al nacer su hijo, lo
bautizó con el nombre de Gustavo Becerra. Era muy llorón por lo que no los toleraban
en ningún lugar. Finalmente se empleó en casa de una prestante familia del
barrio San Fernando. Allí se formó y estudió en el Colegio Santa Librada, junto
al hoy cardenal Pedro Rubiano Sáenz, donde se graduó de bachiller. En su
adolescencia sintió sus primeras atracciones por los hombres y pronto salió del
closet. Al cumplir sus diez y ocho años visitaron de nuevo Pitalito, donde su
abuela y familia les brindaron una apoteósica bienvenida. Se bañó en la
quebrada Cálamo, específicamente en el lugar donde está el puente de la avenida
del estudiante. “Era limpia y cristalina en esa época, porque hoy es un
hervidero de mierda.” Decía en medio de su buen humor. “Durante el baile la
muchedumbre y familiares, gritaban: ¡vivan los caleños!” Reiteraba en medio de
risas, porque hablar con Gustavo Becerra, era todo risas y humor. Siempre vivía
alegre y lo recibía a uno con un chiste verde y así lo despedía.
Al regresar a la capital
vallecaucana, empezó su etapa de travesti y ejerció la prostitución en las
zonas de tolerancia de esa época. Lo hacía más por placer que por necesidad.
“Me decían la piña madura, haciendo apología a la canción de Guillermo Buitrago,
que estaba de moda. Ahora me dicen la guanábana podrida.” Se jactaba de repetir
esa anécdota a quienes lo conocían por primera vez.
En 1967 su madre enfermó de
glaucoma. Por esos años la ciencia de la oftalmología no estaba tan adelantaba
como ahora, por lo que esa enfermedad no tenía ni siquiera tratamiento. Debido
al intenso dolor producido por la dolencia, la señora sufrió un ligero
trastorno mental. Entonces decidieron regresar definitivamente a Pitalito, “porque
quiero morir en el pueblo que me vio nacer.” Le diría su madre a Gustavo y
agregó que cuando el bus despegó de la capital del Valle, su madre se asomó por
el ventanal y gritó: “Adiós Cali de mi vida, que nunca te volveré a ver.” Y así
sucedió, pues al regresar a Pitalito, ella falleció dos años después. En la
década del setenta, Gustavo se desempeñó como secretario de las inspecciones de
Policía de Bruselas y la Laguna.
En esa década ser homosexual en
Pitalito constituía todo un escándalo. No obstante, él nunca negó su preferencia
sexual y cuando quedó solo en su casa del Barrio Sucre, empezó a ser visitado
por muchos hombres, solteros y casados. Entabló relaciones sentimentales con
muchos policías de la época, pues era un enamorado de los uniformados. Algunos
de ellos continuaron siendo sus amantes después de retirados. Contaba una anécdota muy divertida sobre uno
de ellos, con quien tenía más de veinte años de ser su amante. En una noche de
año nuevo, Gustavo se vistió con prendas femeninas y sus pantis de color
amarillo que siempre estrenaba cada 31 de diciembre a las doce de la noche.
Aquella noche se emborracharon y el policía retirado, por equivocación, en
lugar de colocarse sus pantaloncillos, se puso los pantis amarillos y se marchó
a las cinco de la madrugada para su casa. A los cuatro días apareció con su
rostro arañado. Su esposa la emprendió contra él por aparecer con pantis.
Naturalmente ella se imaginó que tenía una amante, pero jamás llegó a pensar
que se trataba de un marica, porque seguramente las cosas hubieran empeorado.
Gustavo Becerra sabía todos los
chismes de Pitalito y le gustaba que le contaran los que no sabía. Decía entre
serio y malicioso: “cuéntame todo sin ningún problema, que yo soy una tumba….
Pero con parlante.” Y soltaba una tremenda carcajada. Se jactaba de conocer las vergas más grandes
de Pitalito. “Me caben todas porque mi culo es como una vagina, elástica.” Pero
lo que más le fascinaba era realizar el sexo oral, según sus palabras. Decía él
que algunas señoras, muchas veces entre ingenuas y maliciosas le preguntaban,
porqué no había conseguido mujer. Entonces él les respondía con sarcasmo: “para
qué voy a conseguir mujer habiendo tantos hombres lindos,”
Algo que le fascinaba a Gustavo
Becerra era tocar unas castañuelas españolas, vistiendo ropas femeninas, en la
privacidad de su casa. Decía que él se sentía Lola Flórez, la famosa actriz y
cantante española. Era muy sensible y cualquier aspecto negativo lo hacía
llorar. Le encantaba leer, por lo que gustaba compartir y debatir sobre
literatura, música, historia y política. De igual manera, sentía una especial
atracción por los hombres que poseían bigotes, eso para él constituía un
enamoramiento seguro.
A partir del año dos mil, Gustavo
comenzó a sufrir quebrantos de salud, especialmente el glaucoma de sus ojos, lo
que le produjo casi la invidencia. El domingo 02 de diciembre de 2012, murió a
sus ochenta y dos años, siendo el homosexual más viejo de Pitalito.
1 comentarios:
Una historia.como las historias que muchos para lograr triunfos conseguir el triunfo. En este momento solo quiero conocer lugares aqui en pitalito me suenan rumbeaderos. O un bar hoy estoi de paso por pitalito
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