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12/11/2012

474 AÑOS DE TIMANÁ. PRIMERA PARTE



Santiago Villareal Cuéllar
El 18 de diciembre se cumplen 474 años de la fundación de Timaná. Antes de llegar el invasor español, la comarca que hoy ocupa Timaná, Pitalito, Tárqui y otras regiones aledañas, estaban pobladas por la tribu de los Timanáes, quienes al mando de la cacica Guaitipan y el cacique Pigoanza, gobernaban pacíficamente las diferentes etnias que poblaban la región. Pequeñas tribus de los Quituros, Maitos, Oporapas, Tárquis, Laboyos, Guacacallos o Guala, Quinches, Cosanzas, Camenzos, Sicandés o Sicanas, Pakíes, Tobos y otras etnias, confluían al mando de Guaitipan. En realidad no se sabe si esta mujer era cacica o jefe de tribus, o se trataba de una Guaricha, como se llamaba a las mujeres sabias y medicas de aquella época. Hoy desafortunadamente esa palabra se aplica en forma despectiva por desconocer su origen. Al gran río Yuma (Magdalena), estas comunidades ancestrales le rendían especial tributo. La palabra Yuma, según algunos antropólogos, significa agua de los amigos. Deberíamos devolverle el nombre original a este maravilloso río para recuperar la memoria que nos usurparon los invasores, quienes todo lo tergiversaron, hasta la misma historia.
Cuando el invasor Sebastián de Belalcázar estableció la capitanía en Popayán, envió una expedición de aventureros para cruzar el páramo de la cordillera Central, al mando de Pedro de Añasco. Este atravesó las agrestes montañas, llegando hasta las orillas del río Yuma, topándose con los Oporapas y luego con los Guacacallos. Fue allí, en el sitio que hoy ocupa Guacacallo, donde se fundó la Villa de Timaná. Enterados Guaitipan y Pigoanza de la invasión de sus territorios, tomaron la decisión de desalojar a los forasteros. Fue así como desde el bohío del jefe Cameno, quien residía cerca de Guacacallo, Guaitipan y Pigoanza planearon los ataques que culminaron con el desalojo del invasor. Aquí es donde la historia se ha tergiversado de muchas formas. En la sangrienta batalla murió el hijo de Guaitipan, llamado Timánco. La leyenda cuenta que la soberbia mujer aprendió a Pedro de Añasco, le extirpó los ojos, lo arrastró con un garfio incrustado en su boca y luego le llenó los huecos de de los ojos con oro en polvo. Primero debemos suponer que los aborígenes de esta zona no eran gente cruel y mucho menos conocían métodos de tortura, como sí la aplicaban los invasores españoles. Para estas comunidades ancestrales el oro poseía un significado sagrado, el cual solo se utilizaba en ceremonias religiosas por lo que no podían desperdiciarlo en los ojos de un invasor que nada tenía de sagrado. En la próxima columna contaré el resto de la historia.            

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