Santiago
Villareal Cuéllar
El 18 de diciembre se cumplen 474
años de la fundación de Timaná. Antes de llegar el invasor español, la comarca
que hoy ocupa Timaná, Pitalito, Tárqui y otras regiones aledañas, estaban
pobladas por la tribu de los Timanáes, quienes al mando de la cacica Guaitipan
y el cacique Pigoanza, gobernaban pacíficamente las diferentes etnias que
poblaban la región. Pequeñas tribus de los Quituros, Maitos, Oporapas, Tárquis,
Laboyos, Guacacallos o Guala, Quinches, Cosanzas, Camenzos, Sicandés o Sicanas,
Pakíes, Tobos y otras etnias, confluían al mando de Guaitipan. En realidad no
se sabe si esta mujer era cacica o jefe de tribus, o se trataba de una Guaricha,
como se llamaba a las mujeres sabias y medicas de aquella época. Hoy
desafortunadamente esa palabra se aplica en forma despectiva por desconocer su
origen. Al gran río Yuma (Magdalena), estas comunidades ancestrales le rendían
especial tributo. La palabra Yuma, según algunos antropólogos, significa agua
de los amigos. Deberíamos devolverle el nombre original a este maravilloso río
para recuperar la memoria que nos usurparon los invasores, quienes todo lo
tergiversaron, hasta la misma historia.
Cuando el invasor Sebastián de
Belalcázar estableció la capitanía en Popayán, envió una expedición de
aventureros para cruzar el páramo de la cordillera Central, al mando de Pedro
de Añasco. Este atravesó las agrestes montañas, llegando hasta las orillas del
río Yuma, topándose con los Oporapas y luego con los Guacacallos. Fue allí, en
el sitio que hoy ocupa Guacacallo, donde se fundó la Villa de Timaná. Enterados
Guaitipan y Pigoanza de la invasión de sus territorios, tomaron la decisión de
desalojar a los forasteros. Fue así como desde el bohío del jefe Cameno, quien
residía cerca de Guacacallo, Guaitipan y Pigoanza planearon los ataques que culminaron
con el desalojo del invasor. Aquí es donde la historia se ha tergiversado de
muchas formas. En la sangrienta batalla murió el hijo de Guaitipan, llamado
Timánco. La leyenda cuenta que la soberbia mujer aprendió a Pedro de Añasco, le
extirpó los ojos, lo arrastró con un garfio incrustado en su boca y luego le
llenó los huecos de de los ojos con oro en polvo. Primero debemos suponer que
los aborígenes de esta zona no eran gente cruel y mucho menos conocían métodos de
tortura, como sí la aplicaban los invasores españoles. Para estas comunidades
ancestrales el oro poseía un significado sagrado, el cual solo se utilizaba en
ceremonias religiosas por lo que no podían desperdiciarlo en los ojos de un
invasor que nada tenía de sagrado. En la próxima columna contaré el resto de la
historia.
0 comentarios:
Publicar un comentario