Santiago
Villarreal Cuéllar
Los duendes son seres diminutos, pero
semejantes a los humanos. Conocidos en los bosques escandinavos y la selva
negra de Alemania como, gnomos, estos pequeños hombrecillos, porque no se
conocen de género femenino, viven al interior de las raíces de los abetos,
pinos y robles. Son juguetones, especialmente con los niños, pero también lo
hacen con los adultos, aunque les temen bastante. En América Latina son de
mayor tamaño y llegan a medir hasta treinta centímetros, poseen una larga
cabellera, bigotes y tienen los pies hacia atrás. Su vestimenta se asemeja a la
de los humanos, de acuerdo a cada región. Generalmente usan un enorme sombrero,
habitan en las cuevas de las zonas boscosas y en las laderas de las montañas.
Se les ha considerado peligrosos y se les acusa de robarse los niños para
llevarlos y esconderlos en sus remotos lugares. Esta teoría, en realidad no es
cierta, pues ellos solo juegan con los pequeños y en su travesura los
conquistan y los conducen hasta sus escondites para continuar allí su jugarreta.
No obstante, existen muchos
duendes que se amañan en las casas de habitación, donde juegan escondiendo los
objetos de los adultos. Suelen ocultar una cuchara de la señora, la tapa de una
olla, el molinillo de batir el chocolate. En las habitaciones esconden una
media o calcetín, una prenda interior femenina o masculina, y muchos otros
objetos de importancia para hacer rabiar a sus moradores. Hace muchos años, una
familia estaba cansada de las travesuras de un duende, y decidieron vender la
finca para mudarse a otro lugar, bastante lejano. Eran los tiempos que se
acarreaba todo a caballo, pues no existían carreteras. Durante el trayecto, mientras
llevaban el trasteo, la señora echó de menos el pilón que utilizaban para
triturar maíz, café y otros cereales. Con voz de mando, manifestó a su esposo,
que habían olvidado tan importante elemento. De inmediato, contestó la voz del
duende en la retaguardia: “no se preocupen, que yo lo llevo sobre mis hombros.”
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