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10/26/2012

LA MADRE DEL MONTE



Santiago Villarreal Cuéllar
En las estribaciones de la gran cordillera de Los Andes; en el Macizo colombiano y sus tres cordilleras, lo mismo que en los Andes venezolanos, a no más de dos mil metros sobre el nivel del mar, deambulaba entre los densos bosques de la rica flora, la Madre del Monte. Pero también se amañaba en las inmensas selvas amazónicas y el los bosques del Pacifico. Es un espíritu elemental, surgido de los gigantescos árboles nativos, que al aspirar el dulce aroma de los canelos, el acre olor del roble, el amargo perfume de los laureles, y revolverse con el néctar de las flores silvestres, se cubrió de las blancas nubes de las montañas, formando una hermosa criatura. Se trata de una joven mujer blanca, de pelo rubio, senos prominentes y caderas voluminosas, que deambulaba entre los espesos bosques. Muchos cazadores al mirar tan singular belleza, corrían tras ella, quien con agiles y voluptuosos movimientos los conducía a lo profundo de la selva, donde desaparecía como por arte de magia, dejando a los morbosos aventureros perdidos en la maleza. Algunos, después de varios días de buscar una salida, lograban regresar a sus lugares de origen, viviendo para contar su hazaña. Otros, menos afortunados, se perdieron para siempre en la manigua, donde murieron de inanición y sed, convirtiéndose en alimento de la diversa fauna. La misma suerte, corrieron cientos de aserradores, quienes en busca de fortuna se adentraban a lo profundo de la selva para talar los grandes árboles. Como si de una venganza se tratara, este espíritu surgido de la esencia vegetal, se les presentaba y les hacía la misma operación. Estos últimos nunca regresaban, pues la Madre del Monte no les perdonaba que lastimaran el cuerpo de aquellos robles, cedros, nogales y otras especies aprovechadas por el hombre para su beneficio.
Hoy, la Madre del Monte no confunde a los hombres que explotan los bosques de nuestras selvas, pero otras formas de venganza se manifiestan, para enseñarnos que la naturaleza se debe respetar.
          

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