Santiago
Villarreal Cuéllar
Interesante el debate abierto por el Congreso
de la República sobre el proyecto legislativo que contempla la eutanasia.
Diversas opiniones se han escuchado de distintos estamentos de la sociedad,
como periodistas, abogados, médicos, líderes religiosos, filósofos y la gente
del común. En una nación violenta como la nuestra, dicen algunos, no se debe
hablar de cómo debe morir una persona, sino de preservar el derecho a la vida.
Sin embargo, el humanismo precisamente contempla todos los derechos
individuales, entre ellos el libre desarrollo de la personalidad y por ende qué
debemos hacer con nuestro cuerpo, incluyendo el disponer de nuestra propia
vida. Es así como en muchas constituciones europeas y en la uruguaya, no se
penaliza el suicidio. Se deja al libre albedrio a la persona para que decida el
momento y la forma de morir. Parecería una paradoja, que siendo la doctrina
humanista defensora del principal derecho fundamental como es la vida, permita
que el individuo le ponga fin, si así lo estima conveniente. Pero pienso que
esa es la esencia plena de los derechos humanos. La mayoría de la gente cree
que el suicido es una decisión equivocada, pero se olvidan que cada individuo
goza del pleno desarrollo de su cuerpo y de la libertad para deshacerse de él.
Vargas Vila escribió: “dicen que el suicidarse es cobardía, por eso el mundo
está lleno de valientes.”
Aunque el proyecto en mención solo contempla
el derecho a morir cuando la persona se encuentre en circunstancias de
enfermedad terminal y no exista otra
alternativa, pienso que se debe extender para despenalizar el suicidio.
Comparto plenamente que se conceda el derecho individual para poner fin a la
vida, cuando una enfermedad crónica, penosa, o terminal nos agobie y así
culminar el sufrimiento. No es justo que en nombre de Dios, de la religión, o
de lo que sea, un ser humano sufra inmisericordemente dolor, teniendo las
herramientas para impedirlo. La existencia de los seres vivos en la tierra se
rigen por las leyes naturales del nacer, crecer, reproducirse y morir. La
mayoría de seres vivientes debemos esa existencia al oxigeno. Si no poseyéramos
pulmones, el oxigeno no podría hacer que la sangre fluyera y mantuviera la
vida. Pero es precisamente el oxigeno el que nos mata. Con el tiempo, todo lo
que es materia se oxida, desgastándose y finalmente causando su destrucción.
Nuestro cuerpo, al ser constituido de materia y vivir gracias al oxigeno, con
el transcurso del tiempo se deteriora y muere. Al no podernos liberar de la
muerte, el Estado debe concedernos el derecho a morir sin sufrimientos
innecesarios.
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