Santiago
Villarreal Cuéllar
Cuando yo tenía once años, mi
abuela materna murió en su casa de campo. Mi crianza fue muy rica en materia de
mitos y leyendas. Que el alma de los difuntos, la patasola, la madre del monte,
candilejas, los duendes, el coco y muchos otros fantasmas. A los dos meses de
fallecer mi abuela, me encontraba solo en esa casa con las puertas cerradas. De
pronto, a eso de la una de la tarde, escuché unos golpes en la puerta y un
silbido seco y agudo. De inmediato, me llegó a mi recuerdo mi abuela fallecida y
asimilé esos golpes y silbos a su alma. Salí gritando horrorizado hacia un
cafetal, hasta encontrarme con mi abuelo y él me consoló del terrible susto. Al
regresar a la casa, encontramos a un señor de nombre Chucho, amigo de la
familia. Fue él quien golpeó la puerta y emitió los silbos, llamando para constatar
si había alguien en la casa. Desde entonces, dejé de creer en fantasmas y
comprendí que todos esos fenómenos tienen una explicación científica.
Eso no quiere decir que esos personajes
para-normales, fantasmas, seres de otros mundos, no sean una realidad. La
ciencia no ha demostrado que existan, ni tampoco que no los haya. Mucha gente
jura haber visto el alma de un ser querido y cientos de miles de personas
afirman recibir milagros de las almas. El médico venezolano José Gregorio
Hernández, nunca imaginó que después de su muerte, compitiera con Jesucristo en
veneración, sobre todo en Latinoamérica. La tumba de Pablo Escobar Gaviria en
Medellín, mantiene llena de velas encendidas, y se ha creado una especie de
secta espiritista de quienes afirman hablar con su espíritu. La muerte misma es
venerada en México, y en Guatemala, algunas comunidades llevan viandas a los
cementerios en la creencia que el alma de los difuntos regresa para comer. Las
películas de terror, donde un fantasma, un vampiro, o un hombre lobo se come
los humanos, son las más atractivas para el público.
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