Santiago
Villarreal Cuéllar
Brujas no existen pero que las
hay, las hay, dice un refrán. La mayoría de mis lectores han acudido alguna vez
en su vida donde algún tegua, charlatán, astrologo, o personas que dicen leer
cartas, el tarot y las líneas de la mano. Lo han hecho con la intensión de
contarle sus problemas y por ende encontrar alguna solución. Las primeras
brujas aparecieron en la Edad Media. Al menos eso registra la historia de la
Iglesia Católica, en épocas en que dominaba culturalmente toda Europa. En
aquellos tiempos no era permitida ninguna manifestación religiosa contraria al
catolicismo. Por tal razón, cualquier persona que profesara otra creencia era
calificada de hechicero, o bruja.
Muchas mujeres, especialmente
madres solteras, o damas solteronas que no tenían ningún medio de subsistencia
económica, se dedicaban a hacer remedios caseros, rezos y otras ceremonias
imaginativas, cobrando a sus clientes algún dinero para vivir. Muchas rezaban
las novenas escritas por los mismos teólogos católicos. La fe de los clientes
hacía que en muchas ocasiones los favores solicitados se convirtieran en
realidad. Entonces, estas mujeres comenzaron a adquirir fama. Pronto los
sacerdotes católicos empezaron a perseguirlas, calificándolas, primero de
herejes y posteriormente de brujas. Al instituirse la Santa Inquisición, se les
condenó a muerte. Pero no a cualquier muerte, sino a ser quemadas en la hoguera
de las plazas públicas de pueblos y ciudades. A muchas se sometían a horribles
torturas para que confesaran sus ritos. La casería fue terrible y en toda
Europa se quemaron cientos de miles de mujeres, calificadas de brujas.
Los tiempos han cambiado para
bien de la humanidad y aunque la Santa Inquisición se suprimió, las brujas
continuaron existiendo hasta nuestros días. Claro que las del siglo XXI son
modernas y ya no vuelan en escoba, ni visualizan el futuro en una bola de
cristal. Ahora poseen ordenador (computador) portátil, realizan ceremonias por
celular e internet y tienen cuentas bancarias donde les pueden depositar sus
honorarios. Y como si fuera poco, pagan programas de televisión.
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