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5/22/2012

MIEDO A LA MUERTE



Santiago Villarreal Cuéllar
El miedo a morir está ligado al apego de la vida. Desde los más remotos tiempos de la pre-historia, los seres vivos desarrollaron el instinto de conservación. De allí que encontremos especies vivas como los hongos, por ejemplo, que desarrollaron diferentes formas de adaptación. Es decir, se resisten a morir y por esa razón se acoplan a zonas supremamente frías o altamente calientes. Después del cataclismo ocurrido hace aproximadamente 78 millones de años, que destruyó los dinosaurios y otras especies vivientes, sobrevivieron algunas de ellas como los reptiles, (serpientes, tortugas, cocodrilos y sapos) lo mismo que insectos como las cucarachas. Ese apego a la vida, hizo que esos seres resistieran la muerte y lograran perpetuarse en el tiempo.
Desde la aparición de las primeras manifestaciones de vida humana, su estado evolutivo ha venido desarrollando el instinto de conservación. El mismo acto biológico de reproducirse, es una forma de perpetuar sus genes para alargar la vida misma. En la alambrada de la inteligencia de los humanos, se mantiene almacenada esa información del instinto de conservación. De allí que la mayoría de los seres humanos somos apegados a la vida y ni siquiera en las más terribles adversidades queremos morir. Son raros aquellos seres que optan por el suicidio y por esa razón las ciencias de la sicología, y psiquiatría, dedican estudios a ese fenómeno. Es tan grande ese apego a la vida, que desde hace miles de años las diferentes culturas religiosas politeístas le rindieron culto a los muertos. Algunos de estos ritos enterraban  sus difuntos acompañados de comidas y familiares vivos, pues se consideraba que era un largo viaje a otros lugares. Las culturas hindúes crearon el alma de los humanos. Adopción que hizo cinco mil años después la doctrina cristiana. De allí la creencia que el cuerpo muere, pero el alma continua viva hasta la eternidad. Los humanos nos resistimos a morir y por esa razón creemos que si bien nuestro cuerpo es mortal, la parte interna, (ígnea) no lo es. 
       

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