Santiago Villarreal Cuéllar
…se llenaría de pánico al ver la mercadería
que a su nombre se ha construido en los dos mil años de su ausencia. Desde hace
cerca de dos milenios los cristianos esperan la segunda llegada, que según los
relatos bíblicos ocurrirá en cualquier momento. Constantino el grande reunió en
Nicea el primer concilio en el año 325, donde nació la Iglesia Católica
Apostólica y Romana, además de recopilar los libros del antiguo y nuevo
testamento para formar la biblia que hoy conocemos. Lejos estuvo ese concilio
de estar iluminado por el espíritu santo, como hoy creen la mayoría de
cristianos pues las pujas de los participantes fueron bastante agrias para
ponerse de acuerdo sobre los 72 evangelios existentes y dejar solo cuatro, de
los cuales dos no concuerdan. Pero dejemos a los santos teólogos dirimir ese
conflicto.
El poderoso imperio católico conquistó y
dominó el centro de Europa por casi mil años, siendo esta conquista no
precisamente como lo estipuló Jesús, es decir, predicando, sino utilizando
lanzas y espadas para imponer a la fuerza la buena nueva; contradiciendo los
postulados cristianos de no matar. Por cosas de Dios. ¿O del diablo? El 16 de
julio de 1054 se produjo el llamado cisma de oriente, donde la Iglesia tuvo su
primera división. Surgió la Iglesia Ortodoxa. Ya para esos siglos, sacerdotes,
abates, obispos y cardenales, incluyendo al papa, ostentaban lujosos ornamentos
y toda una parafernalia en los altares, donde el oro y piedras preciosas
adornaban los lugares. Y ni qué decir de los majestuosos templos construidos en
nombre de Cristo, de los cuales hoy nos deleitamos contemplando su hermosa
arquitectura. Quizá el hombre nacido en una humilde pesebrera no hubiera
permitido semejantes riquezas materiales pues siempre abogó por las
espirituales.
En 1517, otro sacerdote rebelde, Martín
Lutero se reveló contra la autoridad de Roma, creando otra división. Esta fue
peor que la anterior pues dio lugar a toda esa proliferación de sectas, hoy
llamadas con respeto iglesias cristianas, que proliferan por todos lados
disputándose la fe, el alma y los bolsillos de los creyentes. Cada día en todo
el planeta, pero en especial en Latino-América y África, nace en cualquier
garaje una iglesia a nombre de Jesús y varios personajes llenan sus
faltriqueras con los diezmos adquiridos en su nombre. Si hoy llegara Jesús,
seguramente se armaría nuevamente del látigo para fuetear a todos esos
mercaderes que en su nombre se han enriquecido, construido grandes edificios,
montan lujosos vehículos y esquilman las faltriqueras de millones de ingenuos
que en lugar de practicar su doctrina siguen a hombres avispados.
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