Santiago Villarreal Cuéllar
En las oscuras y calurosas noches, a veces
lluviosas de la región caribeña colombiana, específicamente en los
departamentos de Córdoba, Súcre y Bolívar, encima de las cubiertas de paja de
las casas de bahareque se oyen carcajadas de mujer: ja ja ja ja ja…. o a veces:
je je je je je…. y en muchas ocasiones más agudo el sonido: ji ji ji ji…. son
las brujas, dice camándula en mano la anciana abuela de la familia; recemos el
Santo Rosario, agrega, mientras todos se levantan asustados y los niños medio
dormidos no atinan adivinar el temor de sus familiares. Con la veladora
encendida frente al altar, comienza el murmullo de aves marías, padres nuestros
y los misterios del Rosario. Mientras rezan, cesa la riza, y se escucha el
vuelo como de un ave gigantesca que estremece la vivienda.
También en las frías montañas de los
departamentos del Cauca, Caldas, Risaralda y Valle, en noches oscuras,
cubiertos de neblina los techos de las casas, se escuchan similares carcajadas.
Allí también sus moradores encienden la vela bendita, las mujeres buscan debajo
de las camas el agua bendecida el viernes santo y empiezan a rociar las
habitaciones; con crucifijos en sus manos hacen cruces al aire mientras rezan:
que salga el mal y entre el bien, como entro Jesucristo a Jerusalén. La bruja
emprende su vuelo haciendo un estruendoso ruido que amenaza destruir la
vivienda.
Todas estas leyendas sobre la risa de las
brujas circula de forma oral en los labios arrugados de ancianas que cuentan
hazañas sobre esos extraños seres de la cuarta dimensión, que vienen
aterrorizando al mundo desde la edad media en Europa; y con la llegada de los
españoles a nuestras hermosas tierras, no solo se difundió por todas partes,
sino que se fusionó con las leyendas de los aborígenes que nos cuentan las
historias de hombres y mujeres que desdoblaban sus cuerpos convirtiéndose en
animales, entre ellos en aves como las brujas.
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