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8/25/2015

El retorno de los dinosaurios


Santiago Villarreal Cuéllar

Billones de insectos pueblan campos y ruinas de antiguas ciudades; grandes grillos cuyas patas miden hasta tres metros y sus ojos semejan bombillas de los desaparecidos camiones; mariposas amarillas, rosadas, azules y verdes, parecidas a los inexistentes aviones vuelan por los aires; ratones gigantes destruyen a su paso, montañas con sus colas; en los ríos abrevan perros descomunales que detienen el curso de sus aguas al beber; las amebas ahora pueden verse sin necesidad de microscopio porque crecieron inmensamente y viven en amarillentas charcas; desde que los humanos prohibieron el uso de fungicidas, los hongos cubren grandes extensiones de terrenos húmedos y picos de altas montañas; las bacterias también proliferan por todas partes dado que la penicilina y derivados fueron declarados peligrosos para la especie animal; las cucarachas ahora parecen grandes automóviles y se pasean por todas partes, deslumbrantes de felicidad.

Es el año 2286, y sobre la faz de la tierra la especie humana desapareció hace más de cien años. Todo comenzó por allá en el año 2015, cuando en una lejana y prospera ciudad del sur de Colombia, ahorcaron un perro de una familia pudiente; las desaparecidas redes sociales, movidas por los llamados animalistas, empezaron una campaña llamada “no al maltrato animal;” se hicieron plantones en las principales ciudades para solidarizarse con el perro y los demás caninos muertos, ya fuera por la mano de los desalmados humanos, o por muerte natural; la campaña trascendió fronteras y pronto el mundo entero se alzó contra quienes abusaban de los animales; el Papa Francisco de la época, alcanzó a declarar mártires y santificó decenas de perros, pero su noble gesto no bastó para detener la protesta; los parlamentos de la mayoría de naciones eligieron congresistas a miembros de los movimientos animalistas y pronto crearon leyes que prohibieron el sacrificio de ganado vacuno, porcino, ovino, caballar y avícola; también se prohibió la pesca y caza de todo animal; los humanos siguieron alimentándose de vegetales, pero pronto los ecologistas prohibieron la destrucción e ingesta de estos. Cuando los animales quedaron al libre albedrío, comenzaron a cruzarse las especies y debido a mutaciones genéticas, surgieron gigantes semejantes a los dinosaurios. El ser humano, otrora dominante y domesticador de muchas especies animales, sucumbió a estos debido a su excesiva protección, y pronto fue devorado por hambrientos roedores y violentos perros, como si de venganza se tratara. Las ciudades fueron invadidas por nuevas plagas y de esas moles de hierro y cemento no quedaron ni los recuerdos. En la mitología griega, Diomedes enseñó a comer carne a sus caballos; un día fue devorado por ellos.       

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