Santiago Villarreal Cuéllar
En la década de los sesenta, el Pentágono
diseñó un macabro plan para los países latinoamericanos, consistente en detener
el avance del comunismo en el hemisferio; el triunfo de la Revolución cubana,
puso en alerta al país del norte y para evitar otro Fidel Castro, entrenó
militares de las naciones mencionadas para atacar toda insurrección contra el
establecimiento existente en la región. Dentro de estas crueles estrategias,
macabras, violatorias de todos los derechos fundamentales del ser humano,
aconsejó la desaparición forzada de personas que incitaran cualquier movimiento
contestatario; cientos de miles de personas han sido desaparecidos en todo el
continente; la mayoría de ellas fueron sometidas a despiadadas torturas, antes
de ser asesinadas y desaparecidas; las formas de desaparición van desde
arrojarlas al mar, hasta calcinar sus cadáveres para no dejar vestigios que
comprometieran a sus determinadores y asesinos materiales; las practicas fueron
realizadas por los gobiernos militares, pero también por aquellos llamados
democráticos, entre ellos Colombia.
En nuestro país la desaparición forzada la
han aplicado agentes del estado, grupos guerrilleros, para-militares, y la
delincuencia común; a buena hora la Constitución Política de 1991, consagró
este horrible delito como crimen de lesa humanidad; quiere decir que las
investigaciones y condenas contra los determinadores y autores materiales nunca
precluye, y en cualquier tiempo podrán ser llevados al banquillo de los
acusados.
Somos cientos de miles las familias
colombianas que hemos padecido la desaparición forzada de un familiar; es el crimen
más cruel que cualquier ser humano puede padecer, porque los familiares nunca nos
recuperamos de esta tragedia; el dolor causado por la incertidumbre es lento,
profundo y eterno. Un viernes 23 de agosto de 1991, mi hermano José Lizardo
Villarreal Cuéllar, fue desaparecido por secuaces que se lo llevaron a la
fuerza; hubo determinadores, y hubo criminales que se ganaron un puñado de
dinero para llevar a cabo el macabro plan. Todos los días lo recuerdo con
dolor, y cada 23 de agosto, rendimos honor a su memoria; para mí no ha muerto.
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