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8/19/2014

Continúa desaparecido


Santiago Villarreal Cuéllar

La desaparición forzada es el delito de lesa humanidad que más daño causa a las familias que hemos padecido este horror. El país latinoamericano que puso de moda este despreciable acto terrorista fue la Argentina durante las dictaduras de Rafael Videla, Roberto Eduardo Viola, Leopoldo Fortunato Galtieri y Reinaldo Bigñone. De esa era del horror nacieron las Madres de Plaza de Mayo, quienes en un acto heroico y valiente empezaron a salir todos los jueves por las mañanas a la emblemática plaza frente a la casa rosada, sede de los presidentes de ese país suramericano. Pero la macabra práctica, diseñada por el Pentágono de los Estados Unidos con el nombre de operación cóndor, no fue solo para las dictaduras militares. Las llamadas democracias de Guatemala, El Salvador, Venezuela y Colombia, también la practicaron. En nuestro país se cuentan por miles, pero a diferencia de la Argentina, nosotros hemos sido cobardes y no somos capaces de hacer una presión justa como las Madres de Plaza de Mayo. Aquí cada quien anda por su lado llevando su dolor, cargando con el horror, con la incertidumbre, soñando con su ser querido desaparecido en una vana esperanza de creer que está vivo. Los gobiernos de turno ni siquiera se preocupan por diseñar una verdadera política de reparación, verdad y justicia.

La tarde del viernes 23 de agosto de 1991, mi hermano José Lizardo Villarreal Cuéllar fue desaparecido por criminales en un paraje rural entre Pitalito y Timaná. Desde entonces nuestra familia padece la incertidumbre, el terrible dolor, la tortura psicológica permanente que no se quitará sino cuando la piadosa muerte nos arrebate los recuerdos y la herida profunda que no se cura en esta vida. Pero quizá en el más allá también cargaremos con esta tormentosa herida, con este recuerdo tortuoso y esa imagen imborrable de un ser querido del que nos resistimos a creer que ha muerto.  Mi padre en su padecimiento doloroso recibiendo la muerte preguntaba por su hijo mayor, al que no veía desde hacía cinco años. Agonizó y en su último suspiro pronunció el nombre inolvidable de Lizardo. Mi madre también murió en mis brazos y en su doloroso delirio vio la imagen de su hijo haciendo señas con una sonrisa y una blanca mano que la convidaba. Su mueca de dolor se trasformó en una leve sonrisa y así dejó ir su alma adolorida por la desaparición de su hijo al que nunca más volvió a ver, pero al que todos los días recordaba. He quedado solo, esperando saber un día qué sucedió con mi hermano.            

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