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4/11/2014

La creciente del güio


Santiago Villarreal Cuéllar

El domingo de ramos es una celebración tradicional de la semana Santa Católica, haciendo alegoría a la entrada de Jesús a Jerusalén, montando una burra mientras la multitud lo recibe portando ramos de palma.
En las agrestes montañas de los países latinoamericanos, durante los meses de marzo y abril llueve a cantaros. Los manantiales originados en las laderas, aumentan su caudal y de un hermoso hilo de plata en el verano pasan a ser soberbias corrientes, arrastrando a su paso piedras, tierra, y vegetación arrancada con violencia de la orilla de sus lechos. Estos riachuelos alimentan las quebradas y luego estas tributan sus agitadas aguas color marrón a los caudalosos ríos, continuando con su arrollador descenso, a veces rápido, a veces lento, causando inundaciones y destrozos a su paso. Esto es normal en algunos años. Sin embargo, en cierto periodo de años, a veces cada cinco, cada ocho, o doce, una gigantesca serpiente de color verde, con cresta roja y pestañas de plata (un güio, decían los aborígenes), se enrosca en el lecho de algún río de las altas montañas, donde de vez en cuando lanza violentos coletazos derribando robles, amarillos, macos, bejucos, rocas y terrenos movibles, taponando el cauce y formando una especie de dique. Esto ocurre generalmente una semana antes del domingo de ramos, o una semana después del domingo de pascua o resurrección. Durante estos días llueve torrencialmente sobre las montañas, ocasionando la creciente del río, y llenando aún más el dique formado por la sierpe. Con la presión del agua, el material mineral y vegetal acumulado en el dique, la serpiente, cansada de sostener la pesada carga, propina un gigantesco giro, desenroscando su liso cuerpo, permitiendo evacuar las aguas retenidas; ello ocasiona una creciente gigantesca, que al llegar a los valles, inunda todo lo que encuentra a su paso, dejando una estela de destrucción. A este fenómeno fluvial lo llamaban los antiguos la creciente de ramos. Pero siglos antes, los aborígenes la registraban como la creciente del güio.            


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