Santiago Villarreal Cuéllar
A finales de los años 80, durante el mandato
de Julio Cesar Turbay Ayala, nuestro más
grande escritor de todos los tiempos se vio en la penosa obligación de huir del
país. Se vivían los tormentosos días del Estatuto de Seguridad, algo así como
la Seguridad Democrática de Uribe, donde la tortura, los asesinatos sumarios
por parte de la fuerza pública, las desapariciones forzadas y la intolerancia
con todo aquello que no rimara con el régimen vigente era sinónimo de
terrorismo. Por ser Gabriel García Márquez un pensador de izquierda, su
presencia en el país era mal vista por el jefe de estado y este prodigioso
intelectual se asiló definitivamente en México, donde si bien no es un modelo
de democracia, por lo menos existe tolerancia por la diversidad, respetan los
artistas y los veneran. Y no fue un exilio voluntario como quisieron hacer
creer al mundo los esbirros del establecimiento de aquel entonces. ¿Cómo
hubiera podido vivir esta prodigiosa mente durante los gobiernos siguientes,
que consintieron y alimentaron la barbarie para-militar? ¿Cómo vivir, pensar y
disentir durante los 8 años de intolerancia del régimen de Uribe? ¿Y cómo morir
en paz en un país donde algunos parlamentarios como la señora María Fernanda
Cabal lo condena al infierno?
Razón tenía Vargas Vila cuando afirmó que,
“existen pueblos que la luz brillante de los grandes hombres, en lugar de
iluminar su mente, quema su cerebro.” José María Vargas Vila fue otro escritor
exiliado, que durante el régimen de Rafael Núñez fue obligado a huir del país,
y su gloria intelectual fue reconocida y admirada en Europa; vivió renegando de
su país de origen y murió en Barcelona en 1933. También Álvaro Mutis se exilió,
vivió, escribió y murió en México. Otro gran escritor colombiano, como Fernando
Vallejo, hace más de 30 años vive en México, porque si se hubiera quedado en
Colombia, ya habría muerto asesinado como Jaime Garzón, víctima de los
intolerantes que buscan y llegan al
poder para perseguir a quienes no piensan, ni actúan como ellos.
García Márquez vivó los últimos 35 años de su
vida exiliado en México, donde recibió en 1982 el Premio Nobel de literatura;
donde siguió escribiendo inspirado en el caribe y los polvorientos pueblos de
la costa, que por desidia y corrupción de esa clase politiquera continúan
abandonados; allá fue adoptado como el hijo más querido de ese país; y desde
allá continuo siendo amigo entrañable de ese otro gran hombre latinoamericano,
Fidel Castro, con quien compartió ideas y sentó ponencias de cómo mejorar el
mundo.
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