Santiago Villarreal Cuéllar
La noche que debatían en el congreso de la república el proyecto de acto
legislativo, presentado por el presidente Uribe, por el cual se reformó el
artículo 17 de la Constitución Política, con el propósito de prohibir la dosis
personal del consumo de estupefacientes, un gran número de anarquistas bailaban
alegres en la Plaza de Bolívar. No bailaban ni gritaban porque se estaba
aprobando dicho proyecto, pues todos eran consumidores de drogas alucinógenas.
Celebraban para mofarse de unos congresistas torpes que aprobaban leyes que
jamás se cumplirían. Y así fue. La dosis personal del consumo de estas
substancias se conserva y aunque hubiera sido prohibida, siempre la seguirían
consumiendo.
Algo parecido sucede con el matrimonio de parejas del mismo sexo. El
próximo 30 de junio se cumple el plazo que dio la Corte Constitucional para que
el congreso legisle para regular la unión de estas parejas. Sin embargo, los
congresistas no parecen ponerse de acuerdo, ni el gobierno presenta ningún
proyecto para apersonase de tan espinoso tema. Mientras tanto, grupos LGTB hacen bullaranga para que los
tengan en cuenta y el legislador les conceda unos derechos, que ya tienen
ganado de hecho. Por otro lado, grupos de pastores, sacerdotes y beatas,
fundados en su fanatismo religioso y fe ciega, piden a gritos no aprobar
semejante herejía.
Sin importar lo que digan unos legisladores mojigatos, ni lo que vociferan
unos fundamentalistas religiosos, miles de parejas de homosexuales y lesbianas,
viven en concubinato, crían niños, unos biológicos, caso de las lesbianas, pero
también los tienen hombres que dejaron su mujer porque descubrieron que les
gustaba otro hombre, y se repartieron los hijos. Nada de “raro” tienen estos niños
criados por estas parejas. Yo conozco muchos y la mayoría de ellos, en el caso
de los varones, asumen un comportamiento heterosexual y en el caso de las niñas
lo mismo. Eso sí, estas parejas piensan que si se aprueba el matrimonio para
ellos, les aseguraría mejor su futuro y el de sus hijos.
Yo no puedo concebir que en pleno siglo veintiuno, cuando en muchos países
europeos, en Israel, considerada una de las naciones más conservadoras y
belicosas del planeta, y en varios países latinoamericanos se aprobó el
matrimonio para estas parejas (en España, Holanda, Bélgica y Argentina, se permite
la adopción de niños), aquí en Colombia le tengan tanto miedo legislar sobre
este asunto. ¡Dejémonos de mojigaterías señores congresistas! Hagan el debate y
aprueben una ley, para que lesbianas, maricas y toda clase de personas con
diferencias sexuales puedan casarse y adoptar hijos.
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