Santiago
Villarreal Cuéllar
El 10 de marzo de 1948, mientras
sepultaban al jefe liberal Gabriel Turbay, con quien Jorge Eliecer
Gaitán se enfrentó el 5 de mayo de 1946 en elecciones
presidenciales que ganó Mariano Ospina Pérez, el rostro del
caudillo del pueblo permanecía triste. Nunca imaginó que un mes
después, el 9 de abril, él sería víctima de un sicario que le
segó la vida. Pero a diferencia de la muerte de Turbay, que solo
conmocionó unos pocos, la de Gaitán desató la más cruenta
violencia civil a lo largo y ancho de Colombia, de la cual no hemos
podido recuperarnos. Él mismo lo pronosticó en sus arengas al
pueblo cuando dijo: “Si me canso, animadme, si me veis triste,
consoladme, si retrocedo, empujadme y si me matan, vengadme.”
Desde la llegada del presidente
Ospina Pérez al poder en 1946, la violencia política empezó a
sentirse en diferentes regiones del país. Fue una violencia
acompañada de un plan expansionista, de terratenientes que
desplazaron campesinos para apoderarse de sus tierras y agrandar sus
fundos. Violencia estimulada desde las altas esferas del poder,
porque la Policía, relevada en su mayoría en los primeros dos años
del gobierno conservador por hombres oriundos de Boyacá, conformaron
las primeras legiones de “pájaros,” algo así como los
para-militares de ahora. A sangre y fuego, desterraron familias de
zonas estratégicas para usurpar sus bienes y entregarlos a los
poderosos. Cualquier parecido con lo que ocurre hoy en zonas del
Pacífico, Caquetá, Putumayo, Chocó y otras regiones del país,
donde para-militares y bacrin, desplazan campesinos para despojarles
sus tierras y entregarlas a poderosos sembradores de palma africana,
puede ser pura coincidencia.
Esa violencia, desatada después
de aquella tarde lluviosa del 9 de abril de 1948, es el legado dejado
por un hombre que encarnó en su época la esperanza de un pueblo.
Porque es bueno recordarlo, Gaitán fue un líder de pensamiento
socialista, más o menos del mismo talante que Juan Domingo Perón de
la Argentina, y Hugo Chávez de Venezuela. No era un
marxista-leninista, pero tampoco fue un liberal en todo el sentido
ideológico y mucho menos compartía la tesis del neo-liberalismo en
lo económico, sistema que arruinó el país en la segunda mitad del
siglo XIX, y que hoy nos está llevando al abismo. Si bien Gaitán
abrazó las banderas del liberalismo en los años cuarenta, lo hizo
solo como una estrategia para llegar al poder, a sabiendas que el
bipartidismo en Colombia no era más que una manguala para repartirse
las prebendas. Hoy continúa siendo igual, solo que no tenemos otro
Gaitán.
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