Santiago
Villarreal Cuéllar
Marzo, 26 de 2013
A propósito de la Semana Santa,
celebración tipificada por la Iglesia Católica Romana, pero copiada
por sectas cristianas, para-cristianas y hasta por grupos exotéricos,
es interesante conocer el verdadero origen de la Biblia. Este libro,
compuesto por dos partes, el Antiguo y el Nuevo Testamento, cuyos
escritos dicen los predicadores fueron inspirados por Dios, tiene una
historia muy terrenal. Setenta años después de la muerte de Jesús,
se conocieron los primeros pergaminos escritos, unos en hebreo, otros
en griego, donde se relata la historia de Jesucristo. Dichos escritos
empezaron a proliferar en Roma, capital del imperio, pero también en
Grécia. Las religiones de estas dos naciones eran politeístas, es
decir, poseían varios dioses. Como fundar sectas ha sido un negocio
bastante lucrativo en todos los tiempos, pronto Roma y los
alrededores de la península itálica se llenó de sectas cristianas.
Cada pergamino encontrado, donde relataba vidas y milagros de Jesús,
sirvió de base para fundar una. Al principio fue permitido porque en
aquella época también había libertad de cultos, pero pronto el
imperio romano prohibió las sectas cristianas por considerarlas una
herejía para sus creencias y porque el cristianismo predicaba la
igualdad de las personas y el respeto a la vida humana, tan
despreciado en aquellos siglos. Claro está que ahora no estamos
lejos de esos tiempos en relación con el respeto a la vida. No
obstante la prohibición, entre más escritos sobre Jesús
encontraban (o se inventaban) más florecían las sectas. En toda la
historia del ser humano, lo prohibido incita más a hacerlo.
A la llegada del emperador
Constantino, sabedor que era imposible detener el avance del
cristianismo, decidió (en un acto revolucionario) convocar a todos
esos pastores y predicadores de la buena nueva, al primer concilio
ecuménico celebrado en la ciudad de Nicea en el año 325, presidido
por Ozius. Allí se debatieron los 72 evangelios existentes y en
acaloradas discusiones, no precisamente iluminadas por el Espíritu
Santo, dejaron los cuatro que conocemos, a los que se agregaron otros
libros y cartas que componen el Nuevo Testamento. Algunos judíos
conversos, lograron que el Antiguo Testamento, columna vertebral del
judaísmo, se incorporara al Nuevo y de allí nació la Biblia,
conocida hasta nuestros días. Pero basándose en ese libro, nació
también la Iglesia Católica Romana, y a partir de esa época se
expidió un decreto prohibiendo las otras religiones existentes en
todo el imperio romano. Fue así como nació la Iglesia Católica y
la Biblia que conocemos, de la que los predicadores protestantes no
les gusta contar la verdadera historia.
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