Santiago
Villarreal Cuéllar
Cuando las agencias
internacionales dan por seguro que el presidente de la República Bolivariana de
Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías no podrá posesionarse en la fecha señalada
por la Constitución de su país; cuando periodistas que respiran venenoso odio
hacia Chávez, dicen (sin saberlo), que se encuentra en una fase terminal de su
penosa enfermedad; cuando opositores exiliados en Miami, aseguran complacidos
que el presidente de los venezolanos está en estado de coma inducido y solo
basta que le retiren los tubos que lo mantienen con vida para que expire;
cuando seudo-constitucionalistas venezolanos y extranjeros al servicio de las
transnacionales dicen que de no haber posesión del mandatario, debe convocarse
nuevas elecciones, salió el vicepresidente Nicolás Maduro a decir la verdad.
Con el texto de la Constitución venezolana en sus manos, leyó el artículo 233
que dice así: “Serán faltas absolutas del Presidente o Presidenta de la
República: la muerte, su renuncia, la destitución decretada por sentencia del
Tribunal Supremo de Justicia, la incapacidad física o mental permanente
certificada por una junta médica designada por el Tribunal Supremo de Justicia
y con aprobación de la Asamblea Nacional, el abandono del cargo, declarado éste
por la Asamblea Nacional, así como la revocatoria popular de su mandato.” Queda
claro que no será fácil sacar a Chávez del poder. Es como si resucitara de las
muertes presuntas de las que ha sido victima en los últimos días. Pareciera que
dicho artículo constitucional, redactado y aprobado en 1999, previera, que
trece años después sería el adecuado para un momento difícil por el que
atravesaría el líder venezolano. La casualidad o la intuición del mismo Chávez,
permitió que no quedaran vacíos constitucionales y jurídicos frente a una
ausencia temporal e imprevista del mandatario.
Por ahora, los opositores del
régimen venezolano se quedarán con los crespos hechos frente a nuevas y prontas
elecciones presidenciales. También quedaron pasmados los sectores
internacionales, que creyeron no solo en el fin de Chávez, sino del sistema
implantado en su país y copiado por otras naciones latinoamericanas. Tendrán
que seguir esperando y quizá se cumpla la sentencia misma del “Comandante,”
quien en repetidas arengas dice: “más nunca volverán.” Refiriéndose a la
oligarquía que gobernó ese país desde 1958, hasta 1999. Paradójicamente, un
vocero del gobierno de los Estados Unidos, salió a reclamar el sometimiento a
los preceptos constitucionales, si Chávez llegara a faltar. El régimen
norteamericano, que tiene manchadas de sangre sus manos de patrocinar golpes de
estado y de violar la institucionalidad de otras naciones, no tiene ninguna
autoridad moral para reclamar derechos a una nación soberana.
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