Por: Santiago
Villarreal Cuéllar
El bello terruño de Timaná, ubicado en el Sur del
Departamento del Huila, fue fundado el 18
de diciembre de 1538, por el invasor español, don Pedro de Añasco.
Cuando don Pedro incursionó en esa comarca, encontró un abanico de aborígenes
de diferentes etnias. Los quinches, sicanas, pakíes, tobos, solo para citar
algunos. De hecho, la cacica Gaitana fue la primera mujer que heroicamente se
enfrentó con el invasor y lo asesinó.
Pero remontémonos a la pre-historia: hace ochenta millones
de años, lo que hoy es la cabecera municipal, era una montaña de más de tres
mil metros de altura sobre el nivel del mar. El pico de la montaña era un
volcán en plena actividad. Obviamente los humanos no existían en nuestro
planeta y el mismo se encontraba habitado por enormes animales (dinosaurios). La
región donde hoy es Garzón y Neiva, constituía un océano.
Hace setenta y ocho millones de años, se produjo un
gigantesco cataclismo, al parecer por la colisión de un meteorito. Este hecho
cambió el mapa de la tierra. La montaña colapsó con cráter y todo, el mar se
retiró y la región que hoy ocupa el valle de Laboyos, se convirtió en una
laguna. Por esta razón, Pitalito es una ciudad asentada sobre humedales. Los
remanentes de esa laguna todavía se evidencian en la región de la Coneca. Allí se originó la leyenda de la vaca marina,
un hermoso animalito, mitad vacuno, mitad pez, que lamía las vacas terrestres y
las preñaba.
Sobre los remanentes de la boca del volcán, Añasco construyó
los primeros ranchos que dieron origen a la villa de Timaná. Las pruebas son
latentes: la composición de los suelos son de piedra caliza (producto de la lava), cenizas
volcánicas y tierra gredosa. El casco urbano y las dos estribaciones montañosas
que lo rodean, tienen enormes fallas geológicas. Hace veinte años, empezó a erosionarse
la región de Tobo. Los habitantes del lugar se sorprendieron y se angustiaron.
No era para menos. La erosión cesó por un tiempo. Hace dos años se reanudó.
Algunos campesinos, propietarios y poseedores de pequeños minifundios, han
visto desaparecer el fruto de muchos años de trabajo. Pero la otra estribación, asiento de las veredas
Quinche, San Antonio y Montañita, también comenzó un lento proceso
erosivo.
Los políticos visitan la zona. Hablan, prometen. Llegan
comisiones de “expertos.” Pero nada se hace. Nadie acepta la realidad. Es
costosa, es impensable. La verdad: la zona urbana y parte del área rural de Timaná, deberán ser reubicadas.
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