Por:
Santiago Villarreal Cuéllar
A comienzos de la década de los
noventa, el gobierno de Estados Unidos, liderado por George Busch (padre),
incentivó la siembra y cultivo de palma africana. Obviamente esos cultivos se
recetaron para América Latina y el resto de países tropicales del mundo.
La crisis de los combustibles
fósiles. Su posible agotamiento y las futuras guerras (provocadas), colocaron
en estado de alerta a las potencias occidentales. Buscar un reemplazo a esos
recursos energéticos, ha llevado años de investigación sin vislumbrar una
alternativa viable. Brasil desarrolló en la década de los setenta, los primeros
combustibles a base de alcoholes (bio-combustible), partiendo de la caña de
azúcar. Posteriormente, desarrolló un combustible que puede sustituir el
diesel, a base de aceite de palma. El mismo aceite comestible elaborado de la
materia prima originada de la palma africana.
Extensas zonas selváticas de
todos los países tropicales, han sido deforestadas para reemplazarlas con los
cultivos de palma africana. Ese experimento es contrario al medio ambiente
porque rompe por completo la cadena de la biodiversidad. La fauna que otrora se
alimentaba con diferentes frutos de esa diversa flora, emigran, o mueren porque
el producto de la palma no constituye su fuente nutricional. A eso se añade la
desaparición de su hábitat natural.
Colombia no ha sido ajena a esa
moda de sembrar palma africana. Grandes regiones de la Amazonía, Llanos
orientales, Magdalena Medio y región Pacífica, han sido preñados de esos
cultivos. A sangre y fuego han usurpado las tierras de humildes campesinos para
engrosarlas a enormes haciendas palmeras. Utilizando grupos para-militares,
desplazaron cientos de miles de campesinos pobres, que se negaron a sembrar
palma, o vender sus fincas a bajo precio a los señores de la palma.
El virus de la palma fue tan
contagioso, que en muchas ciudades colombianas, reemplazaron los árboles de sus
principales parques y avenidas por palmas. No propiamente africanas, o
productoras de aceite, sino de otras especies.
Nuestra ciudad de Pitalito no fue
ajena al virus. El parque José Hilario López, el Terminal de Transporte y
algunas de las pocas avenidas, fueron
sembradas de palmas. La mayoría ni siquiera son especies de nuestra región.
Ya es hora de poner fin a esa
siembra indiscriminada de palma. Pongamos punto final a ese virus. Sembremos
árboles nativos de nuestra región. Nuestros parques y avenidas deben ser
hábitat de especies de aves, que solo conviven donde existe diversidad de
flora.
Los llamados defensores del medio
ambiente, deberían haber colocado hace tiempos el grito en el cielo. Pero no he
escuchado a nadie pronunciarse sobre ese crimen ecológico que se llama el virus
de la palma.
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