Santiago
Villarreal Cuéllar
En la época del nacimiento de
Jesús, el emperador romano César Augusto,
ordenó realizar un censo en los territorios palestinos. José debió
viajar con la Virgen María, del pueblo de Nazaret hasta Belem, lugar de donde
era oriundo. Al llegar a su pueblo natal, el carpintero y su esposa, quien
estaba con dolores de parto, no encontraron un lugar adecuado para posar.
Aquí comienzan los mitos. Muchos
creen que nadie les daba posada porque iba a nacer el hijo del Mesías. Falso.
No encontraban lugar para hospedarse, porque al haber un censo, todas las
gentes de la comarca viajaron hasta el pueblo y sus viviendas se encontraban
atestadas. No era fácil encontrar un lugar adecuado para pernotar, máxime
cuando María estaba a punto de dar a luz.
A esto tenemos que añadir, que
las tradiciones religiosas judías tenían por costumbre no permitir que las
mujeres que daban a luz lo hicieran en cualquier lugar de la casa. Una mujer
que tuviera su periodo menstrual, era considerada inmunda y todo lo que tocara
con sus manos se consideraba inmundo. El mismo tratamiento recibían las mujeres
que daban a luz. Durante cuarenta días era considerada inmunda. Las casas del
ambiente palestino de aquella época eran de una sola habitación, donde existía
dormitorio, cocina y todo en el mismo sitio. Las camas consistían en simples
esteras. Existían unos lugares aislados donde las parturientas tenían a sus
hijos. Pero en aquella aglomeración, todos los lugares se encontraban ocupados
por los recién llegados.
En aquella fría noche del 24 de
diciembre, José y María, al no encontrar un lugar adecuado, y para no incomodar
a los tradicionales judíos, buscaron una gruta (cueva), que servía de refugio a
los animales domésticos (ovejas y burros). No existían vacas en semejante
desierto. Ese es otro mito. No existían mulas. Esos híbridos se realizaron tres
siglos después. Otro mito. Total, en el recipiente donde les servían los
alimentos a dichos animales, llamado pesebre, nació el Niño Jesús.
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