Santiago Villarreal Cuéllar
Esta vez no celebro
con euforia la firma del “nuevo” acuerdo de paz entre el gobierno y la
guerrilla de las farc, porque el presidente Santos, y seguramente la
insurgencia, en su afán de poner en marcha el proceso estancado por la derrota
del 02 de octubre, maquillaron los acuerdos sin tener en cuenta las
recomendaciones de fondo hechas por los vencedores. En cualquier democracia,
quien pierde debe acatar al ganador. Pero aquí se pasaron por la faja el resultado
electoral y continuaron improvisando para finalmente imponer por su cuenta
aquello que las mayorías rechazaron en las urnas. Peligroso precedente para un
establecimiento de por sí deslegitimado por la corrupción imperante desde hace
muchos años, y porque la franja que votó el 02 de octubre tampoco representa la
mayoría del país, sino esa minoría que siempre acude a votar, unos por
convicción y otros por las dádivas que reparten.
El congreso
aprobará los acuerdos porque el gobierno tiene allí sus mayorías, unas
compradas con las prebendas del poder, y otras como la izquierda que lo harán
por convicción y su vocación de una paz negociada. Pero el sector de la derecha
guerrerista liderada por el ex presidente Uribe, continuará alborotado, y no
sin razón, agitando esta vez las banderas con miras a las próximas elecciones
presidenciales, en las que seguramente ganarán, y el nuevo jefe de estado sin
lugar a dudas echará al traste estos acuerdos pegados con babas.
Me preocupa el
futuro del país porque voté a favor del procesos de paz, pero soy consciente
que perdimos, y lo obvio sería escuchar con calma, con respeto a los
vencedores, y tratar de negociar de verdad las propuestas de ellos, que
querámoslo o no, fueron las que esa franja decidió apoyar en las urnas. Una paz
sin reformas estructurales, una guerrilla que entrega sus armas sin muchas
garantías a futuro, sumado a la reactivación de grupos para-militares, puede
ser el preámbulo para otra guerra.
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