Santiago Villarreal Cuéllar
Siempre quise
conocer al gran Hombre, a ese líder que acompañado de un puñado de valientes
decidió un día iniciar una justa lucha armada para derrocar al tirano Fulgencio
Batista, gobierno títere del gobierno norteamericano. En las tres oportunidades
que visité Cuba, no logré verlo, no obstante buscar la forma de hacerlo,
conocer el Palacio de la Revolución y el Parlamento.
Pero el deseo se
cumplió. Cuando residía en Venezuela, fui invitado a la ciudad de Córdoba
Argentina a la Primera Gran Cumbre del Mercosur, celebrada el 16 de julio del
año 2006, y fue allí, en el gran salón de convenciones de la Universidad de
Córdoba, donde a unos cincuenta metros logré ver al comandante. Después, en horas
de la noche, me ‘colé’ a una sala donde estaba conversando con Hugo Chávez, el
filósofo Enrique Dussel, el sociólogo Álvaro García Lineros, vice-presidente de
Bolivia y otras personas que no conocía, todos intelectuales de izquierda.
Alguien le preguntó al comandante: ¿cómo se hace una revolución? Y él muy
modesta y sinceramente contestó: “No existe una fórmula, yo no la tengo, ni
creo que nadie sabe realmente cómo se hace un proceso revolucionario. No existe
receta única. Cada pueblo, cada país, debe inventarse la forma de hacer su
propia revolución.”
A las diez y
veinticinco minutos de la noche del viernes 25 de noviembre de 2016, el último Gran
Héroe de Latino-América, falleció. Su obra fue consumada. El legado dejado por
este hombre, corpulento, de más de uno con noventa de estatura, espesa barba,
mirada penetrante, que en todo momento estaba hablando y moviendo sus manos, su
cabeza, su cuerpo, está hecho. Casi no permanecía sentado por mucho tiempo.
Tenía una especie de hiperactividad y cargaba muchos libros en su maletín
personal.
El Héroe que logró
no solo derrocar la dictadura de Batista, sino que resistió con valentía los
embates de los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos, que hicieron hasta lo
imposible por derrocarlo, se mantuvo firme, incólume, imbatible, invencible.
Pero lo más importante: inspiró a su pueblo a permanecer de pie, con la frente
en alto y sirvió de inspiración a otros grandes líderes para realizar los
cambios estructurales en sus distintos países.
Quienes hemos
estado en Cuba podemos dar testimonio de los grandes avances de la revolución y
el legado de Fidel Castro, y no juzgamos o repetimos como la matraca lo que
otros dicen. Grandes logros en educación, salud y seguridad alimentaria, gratuita
para todos los humanos, incluso para quienes no son cubanos. En las ciudades
nunca se ven niños, ni indigentes, ni ancianos viviendo en la calle, o durmiendo
en las mismas como es el pan de cada día en el resto de América Latina y los
Estados Unidos. Los artistas, deportistas y gente que tiene habilidades
artesanales, tiene y un estatus especial, y se dedican a su oficio, subvencionados
por el estado, y no se ven obligados a pedir limosna para desarrollar su
profesión.
Adiós Fidel. ¡Hasta
la victoria siempre!
0 comentarios:
Publicar un comentario