Santiago Villarreal Cuéllar
Cuando murió el
presidente argentino Juan Domingo Perón, hubo doce días de duelo, diez de ellos
dedicados a un impresionante desfile nunca antes visto en alguna parte del
planeta. Yo tenía ocho años cuando por la televisión contemplaba esas imágenes y
me preguntaba qué hace que la gente quiera tanto a un líder, que aún después de
muerto lloren, griten y deseen que no se vaya. Todavía el espíritu de Perón
sirve de inspiración y guía a muchos políticos argentinos. Para millones él es
un santo, aunque no canonizado por la Iglesia Católica.
Solo volví a ver
esos desfiles en Caracas Venezuela, durante los funerales del extinto Hugo
Rafael Chávez Frías, en marzo de 2013. Pero el desfile más impresionante lo
hemos visto en estos días, durante los funerales del líder de la revolución
cubana Fidel Alejandro Castro Rus. En la Plaza de la Revolución, millones de
cubanos, diplomáticos, gente asilada y refugiada en la isla, han transitado por
el sitio donde reposan las cenizas del comandante.
La impresionante
despedida llenó una de las más emblemáticas avenidas de la Habana, donde todo
un pueblo se aglomeró para despedir a su líder. Ante semejante homenaje, uno se
pregunta: ¿Así de malo era Fidel?
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